Hace poco tiempo, leí en un libro sobre el fenómeno de aculturación, refiriéndose a ciertos pueblos, o personas en concreto que se diluyen cuando conectan con una cultura distinta a la suya, o pierde la esencial vital que traía de nacimiento.
Esto también nos ocurre cuando nos vamos haciendo mayores y olvidamos nuestras raíces, convirtiéndonos en personas a las que no reconocemos, al mirarnos al espejo.
Es como olvidar nuestras raíces y lo que nos hizo ser quien somos, renegando de nuestra cultura y en casos extremos de nuestro propio idea. Integrarse al llegar a una cultura es fundamental, no obstante renegar de quienes somos, e incluso de la cultura y el lugar que nos vio nacer, es un gran delito para nuestras almas.
Cuando olvidamos quienes somos por asumir otra cultura distinta, desaparece la esencia con la que Dios nos creó y el camino que tendremos que recorrer en la vida será mucho más tortuoso, porque nos costará encontrar nuestra misión de vida y el cómo vivirla.
Lo mismo ocurre cuando alguien ha ascendido en la escala social y reniega de sus raíces,de sus amigos o incluso de su familia, porque le da vergüenza que todo el mundo sepa quién eres en realidad.
Si al querer convertirnos en quienes no somos, perdemos la memoria histórica de nuestros ancestros y esto nos ayudará perdernos a nosotros mismos a una edad muy temel.
Nunca reniegues de tus raíces y del lugar que te vio nacer a ti o a los tuyos porque solo desde ese sitio, podrás crear una historia de verdad, con sentido que te haga feliz.
Somos nuestras raíces y lo que hemos querido hacer con nuestras vidas y si olvidamos esta parte nunca nos podremos liberar de la soledad que nos producirá, ni tenerlas, al igual que el árbol que carece de ellas y termina muerte tarde o temprano.
¡Reconcíliate con tu pasado y con tu esencia más pura y desde ahí podrás volver a sonreírle al mundo que nos está esperando!