"Nunca...

…es tarde si la dicha es buena”, reza un antiguo refrán español. ¡Nada más falso, señores! Esa frase tendenciosa y maligna no demuestra otra cosa que la mal llamada soberanía popular (perdón: sabiduría, quería decir sabiduría popular; ¿en qué estaría yo pensando?) es solo fruto de alucinaciones colectivas.

La impuntualidad es una de las peores lacras de la humanidad. Cierto es que dicha transgresión se prodiga en un grado superior en el llamado “mundo latino” o bien, universalizando el asunto geográfico, en el hemisferio sur, así en general, o sea, para concretar, en el sur de los sures; por otro lado, parece ser que es un fenómeno más desconocido o anómalo en el mundo occidental-nórdico. En una reciente encuesta sobre el fenómeno de la poca puntualidad, realizada por la difícilmente criticable BBC, se demostró que más del 80% de las personas que se reconocen “impuntuales habituales y compulsivos” son de origen sureño. De todos modos, los británicos que gozan, meritoriamente, de la fama de ultrapuntuales, tienen también su frase en inglés por si las moscas, es decir, por las flies: it’s never too late to set things right.

Personalmente, soy de los que piensan que los impuntuales son, simple y llanamente, unos sinvergüenzas. Como se puede comprender, no me estoy refiriendo a quien, por motivos más que excusables, en cierta ocasión pueda llegar tarde a una cita, sea de trabajo o de amor; hablo de aquellos que mantienen esta estúpida costumbre de llegar tarde habitualmente. No he sido nunca partidario de la pena capital; creo que no es de recibo. Pero pienso que —en algunos casos flagrantes de personas dadas, reiteradamente, a tamaño sacrilegio, el de llegar siempre tarde— debería poder ser revisable una ejecución, ni que fuera simbólica, para dar ejemplo. En su lugar, unas tres horas de cosquilleo generalizado en todo el cuerpo humano.

Hacer esperar a la gente, por costumbre, es una falta de respeto y de consideración hacia el prójimo de muy alto nivel. Y claro, al susodicho, al “prójimo” se le hinchan las narices de perder el tiempo de una manera tan miserable y ruin. Yo he sido “prójimo” innumerables veces en la vida y ellos, los impuntuales, han causado en mi persona manchas de infelicidad que no se marchan ni con agua caliente. Este tipo de gente sin valores ni escrúpulos deberían ser borrados de la faz de la tierra.

Remacharé mi artículo con una frase de Nicolás Boileau, magnífico poeta parisino del siglo XVII, sobre el tema que nos ocupa: “Procuro ser siempre puntual, pues he observado que los defectos de una persona se reflejan muy vivamente en la memoria de quien la espera”. Y yo, humildemente, añadiría: además de los defectos, también se reflejan toos los progenitores del tardón…

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