TOMÀS IBARZ. Esta maldita y odiosa crisis económica está consiguiendo doblegar una de las costumbres consensuadas más arraigadas del Periodismo: "Los suicidios no se publican para no incitar ni dar ideas". Ya son noticia -por supuesto que lo son- los suicidios de deshauciados que se han producido en Andalucía, Catalunya y Valencia. Los hemos contado todos.
Esta puñetera crisis está dejando muchas víctimas por el camino. Son víctimas mortales. Como en las guerras. Contémoslos. Recordémoslos. Son nuestros caídos. Y no tenemos mausoleo para ellos. No han sido héroes; por tanto, no les copien la idea. Sus familias se lo agradecerán. Pero son víctimas.
Propongo contar todos los casos. Todos. Aunque en la prensa no esté bien hablar de suicidios. Propongo que lo contemos abiertamente. A ver si los que mandan se enteran de que esta guerra deja víctimas. De que esta puñetera crisis se lleva gente con los pies por delante. Y hay muchos más de los que salen en el Telediario tras tirarse por el balcón cuando vienen a quitarles su casa.
Por supuesto que hay dedicar mucho tiempo, mucha atención y mucho calor a todos los que lo están pasando especialmente mal, con drama incluído, por culpa de las penurias económicas. Pero hoy quiero subrayar los casos que ya no tendrán solución cuando nos recuperemos -con o sin heridas- de esta inacabable depresión. Cuando acabe la crisis, Joan Bou no lo verá. Un suicidio. No lo verá tampoco el celador de Son Espases que buscó esta semana una soga para acabar con su vida en el mismo hospital unos minutos después de que le comunicaran que iban a prescindir de sus servicios. Y hay más. Y por desgracia habrá más. Pregunten en las Urgencias Psiquiátricas de su hospital más cercano. Allí les dirán la verdad de la verdad.