Si, hay personas que creen que el Mallorca salvará la categoría, pero no escucho el menor argumento sólido que avale tal pronóstico.
Si en Santo Domingo quedaba una bala de las pocas que quedan en la recámara, se gastó inútilmente en apenas diez minutos de reacción que los de Olaizola tuvieron tras encajar su enésimo gol a balón parado. A la ya conocida y habitual escasez de pólvora, se unió la no menos común falta de puntería.
Dos intervenciones de Dimitrovic, portero local, como respuesta a un remate cercano de Lago Jr. y un tiro lejano de Moutinho, bastaron para evitar un resultado menos favorable a los alfareros, que se van cinco puntos arriba e igualan el golaverage.
Ante la inexistencia de síntomas que permitan el menor optimismo respecto a la recuperación del equipo, pues el club no tiene remedio, ha llegado el momento de invocar milagros y elevar las plegarias que sean al santo o santa que cada uno elija. Por aquello de los imposibles, quizás Santa Rita.
Definir siquiera someramente el espectáculo ofrecido tanto poa ganadores como vencedores sería hacerle un flaco favor al fútbol.
La primera parte resultó un pasacalles y la continuación terminó al minuto con la subida al marcador del único tanto del encuentro. Más de lo mismo: una zaga cuadrada en las acciones de estrategia, Lekic como solución tan desesperada como desesperante y un desbarajuste generalizado que nadie es capaz de reordenar.
Los cambios efectuados, salvo los escarceos apuntados por Salomao cambiado de banda, una improvisación más de las que inspiran las convocatorias y ulteriores planteamientos. Ni el recuerdo de la segunda parte ante un Levante entregado puede resarcirnos de una realidad mucho menos brillante y absolutamente tangible.
Este barco se hunde y solo se oye la voz del capitán animando a la orquesta para que no deje de tocar. Igual que en la noche del Titanic.