En los años setenta se empezó a poner de moda en nuestra querida ciudad ir a hacer footing, sobre todo por las mañanas, pues se decía que su práctica era muy buena para la salud.
En aquella época, pudimos ver a los primeros palmesanos corriendo por el casco antiguo o por el Paseo Marítimo, con su chándal, su bufanda y su cinta en el pelo en invierno, y con su camiseta ajustada, su pantalón corto y su walkman en la cintura en verano.
Personalmente, yo siempre les consideré unos pioneros y unos héroes, porque en aquel momento y en una ciudad como Palma había que tener de verdad mucho valor y mucho arrojo para salir a la calle así, un poco a la manera del polifacético Forrest Gump cuando de repente decidía un día ponerse a correr y ya no parar.
Casi nadie iba entonces en bicicleta, y no digamos ya en patinete, así que las dos únicas opciones para intentar tener un corazón sano eran hacer footing o salir a pasear cada día.
Yo mismo llegué a hacer footing durante una temporada a mediados de los años ochenta, en concreto, dos días exactamente. Decidí no seguir porque me desanimó el hecho de tener que levantarme muy temprano y también la constatación de que no tenía un excesivo fondo físico.
A finales de esa década incluso me apunté una vez a un gimnasio, en donde conseguí durar algo más, en concreto, tres días exactamente. Decidí no seguir porque me desanimó el hecho de que ese salón deportivo estuviera lleno de espejos y también la constatación de que todos mis compañeros de pesas estaban en bastante mejor forma que yo.
Casi cuatro décadas después, me alegra comprobar que hoy en día el footing y el gimnasio siguen estando de moda entre mis conciudadanos.
En cierto modo, estamos viviendo también ahora una especie de revival deportivo-indumentario, con el paulatino regreso del uso del chándal. Recuerdo que en mi juventud muchas personas de todas las edades se lo ponían casi todos los fines de semana y fiestas de guardar, aunque no necesariamente para hacer deporte.
Esta peculiar prenda servía lo mismo para bajar hasta el kiosco y comprarse el Marca o el Dicen que para disimular la barriguita cervecera a la hora de tomarse unas tapitas y una caña, hacer transacciones muy poco adecuadas en mitad de la calle o acercarse hasta el híper como lo hacía la gran Martirio, con su chándal y sus tacones, informal, pero arreglá.
Yo mismo tuve durante un tiempo un precioso chándal de color gris marengo, pero lo dejé de utilizar al cabo de unos pocos meses, porque cada vez que salía con él me preguntaban si era un devoto del footing o del gimnasio. O algo aún peor: un aficionado al hip hop o al rap.