Hay que reconocer que pasear por Palma en los meses más calurosos del año no es tan agradecido como hacerlo en otoño o en invierno, sobre todo a determinadas horas del día.
Nuestra querida ciudad debe de ser, además, la única del mundo en que es más fácil sufrir una insolación o un golpe de calor disfrutando de alguna de sus grandes zonas verdes, como por ejemplo el Parc de la Mar, que recorriendo las calles más céntricas y desnudas de sus polígonos industriales a las tres de la tarde.
Pero no todo es malo o desagradable a lo largo de nuestros larguísimos veranos, pues también hay cosas buenas o muy buenas, en especial si uno es un paseante a la antigua usanza o un flâneur comedida y elegantemente fetichista.
Les pondré un ejemplo muy concreto. Mientras muchos hombres optan incluso ahora, a principios de junio, por usar mocasines de piel, deportivas cerradas o —Dios les perdone— sandalias con calcetines blancos, la mayoría de mujeres suelen preferir llevar ya hoy sus pies al aire libre, ya sea con calzado plano, con cuñas, con plataformas o con stilettos abiertos de altísimo y finísimo tacón.
Así que de manera siempre discreta, los paseantes o los flâneurs más observadores nos sentimos ahora mismo especialmente dichosos cuando tenemos la ocasión de poder contemplar unos pies femeninos bien cuidados, en donde compiten en hermosura, belleza y sensualidad empeines, tobillos, talones, arcos, plantas, dedos y uñas recién pintadas.
En ocasiones, nuestra felicidad como espectadores llega a ser casi total, sobre todo cuando además podemos vislumbrar una pulsera dorada en un tobillo, un tatuaje sugerente en la parte media de esa extremidad o un micro anillo en un dedo de un pie.
Como suele decir un buen amigo mío, posiblemente un poco más extremo que yo en su fetichismo irredento: «¡Quién pudiera ser esclavo de una dominatrix o amante de una femme fatale de las de antes para poder adorar sus pies como se merecen!».
La verdad es que, como contrapartida, tampoco estaría nada mal poder sentir en alguna ocasión la caricia de unos pies sobre tu propio rostro, tu pecho, tus piernas o tu espalda. Pero todas esas fantasías más o menos lujuriosas y pecaminosas las dejo ya para ese buen amigo mío.
En mi caso, la cosa es diferente, pues teniendo en cuenta mi edad actual y que no estoy ya para muchas alegrías, creo que lo más sensato y prudente es conformarse con seguir siendo un flâneur discretamente fetichista.