Dos años después, regresan lo turistas en masa a nuestras islas por Semana Santa. No esperen ninguna crítica ni queja al respecto desde determinados círculos políticos o desde el activismo antiturismo. A ver quién es el guapo que se atreve ahora a cargar contra la llegada de alemanes, británicos o peninsulares para volver a hacer lo mismo que hacían antes de que la pandemia paralizara la actividad turística de la que depende directa o indirectamente el 75% del PIB de esta comunidad.
Tampoco lo harán este verano, cuando se esperan cifras similares de turistas a las de 2019, año de récord. Entonces, algunos actores sociales y políticos se movilizaban contra la masificación turística e incluso asumían o, al menos no lo combatían, el discurso beligerante contra el turista. La pandemia, que ha condicionado nuestras vidas en muchos aspectos durante los dos últimos años, también ha servido para ratificar lo que algunos discutían en tiempos pretéritos: sin turistas, las Illes Balears tienen poco futuro.
La verdad es que es una alegría volver a ver las calles repletas de turistas, los hoteles en plena actividad, generando empleo y riqueza, la restauración y el pequeño comercio con interiores y exteriores a tope o el ocio nocturno volviendo a trasnochar. Si vienen turistas, hay negocio, hay actividad, hay riqueza, hay perspectiva y hay oportunidades para todos. Nuestro petróleo es el turismo y, teniendo en cuenta al precio que está poniendo la energía y lo que está por venir, haríamos bien en cuidarlo, potenciarlo y hacer bandera.
Y mientras en media Europa se disfruta de unas vacaciones cuasinormales, en la otra se pena por un maldito conflicto bélico que se prolonga ya durante dos meses, para vergüenza de la comunidad internacional y sufrimiento de la inocente población civil.
Unos hacen la maleta anhelando unos días de descanso en un hotel junto a la playa y otros, no tan lejos, meten en su maleta lo básico antes de salir corriendo de su país, dejando atrás su vida, sus familiares y su casa, sin saber si algún día podrán volver y qué encontrarán a la vuelta. Turistas unos; exiliados otros.
Contradicciones en la vieja Europa, que espera con expectación y preocupación, a partes iguales, lo que pueda ocurrir en diez días en las elecciones presidenciales de Francia, en las que Macron y Le Pen se juegan la silla en los Campos Elíseos. Algunos analistas indican que el resultado de dichas elecciones puede marcar el futuro
inmediato de la Unión Europa, que no goza precisamente de una salud de hierro, por mucho que algunos líderes, entre ellos Pedro Sánchez, se empeñen en disimularlo.
La invasión de Ucrania por Putin y su ejército ha vuelto a evidenciar las grietas entre los socios comunitarios y ha rescatado la importancia del interés nacional entre un amplio espectro de la población, que empieza a renegar de la globalización para defender posturas ‘trumpistas’ y de protección resumidas en el ‘American first’. Así, Alemania, la primera potencia europea, mantiene un perfil bajo, como el de su actual canciller, porque necesita seguir comprando gas a Rusia para seguir calentando sus casas y que sus empresas mantengan su actividad. Falta en Bruselas un verdadero liderazgo y eso sigue dejando a la UE sin brújula estratégica y con su arquitectura de seguridad en manos de Estados Unidos y la OTAN.