La candidatura de Sánchez a la Presidencia del Gobierno de España estaba en la esencia del adelanto electoral del 28A. El objetivo, aumentar su famélico soporte social y consolidar el liderazgo del bloque de izquierdas apoyado por los independentistas. Afianzar la misma alianza radical que elevó al éxito su desesperada moción de censura. En realidad, todo el 2019 se ha dedicado a fastos separatistas y medidas populistas que permitieran allanar el terreno del entendimiento.
El resto, lo conocen ustedes bien. El país está resistiendo un gobierno provisional por la prórroga de los Presupuestos Generales del Estado. Por la aplicación de las medidas regeneradoras y progresistas consensuadas por Ciudadanos y Partido Popular.
De hecho, el nuevo ejecutivo, desde el minuto uno, ha quedado vinculado al reparto de sillas, cargos y poder político. Presentarse a la investidura sin haber consensuado este reparto era, en sí mismo, una acción de riesgo. Un acto de soberbia.
En realidad, la hoja de ruta tejida por Moncloa no contemplaba la posibilidad de esta eventualidad. No tener en cuenta que confiar en la palabra de Sánchez es un acto de buenísimo que Iglesias, los socios del frente popular y los independentistas no se podían permitir.
Dar por hecho que no tenían espacio para el veto, una irresponsabilidad. Vaya si lo han ejercido.
Entre largas horas de escenificación hacia el fracaso las contradicciones y las situaciones hilarantes se han convertido en protagonistas absolutas. Además han quedado muchos momentos destacables. Elijo dos. En el negativo, el espectáculo orwelliano de unos ministros en funciones del Gobierno de España, en la bancada azul, actuando como si fueran hoolligans. En el positivo, la ya habitual intervención de Ana Oramas de Coalición Canaria, magnífica, ponderada y sensata que nos recuerda que no todos los políticos son iguales que queda espacio para la esperanza.
El espectáculo ha quedado en la conciencia colectiva. El resultado final, actual o en diferido, siendo muy importante, ya es secundario. Para llegar a este punto sin haber consensuado el instrumento vertebrador del bloque de izquierdas, la subvención, debilitar España y el reparto de sillas, era evitable la diarrea legislativa de medidas populistas preelectorales y nos podría haber ahorrado el despilfarro y la pérdida de tiempo.
El bloque de izquierdas se empeña en colocarnos en el “pan y circo” que precedió al declive del imperio romano. Sin duda.