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La descomposición de la Unión Europea II

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Acabado el año 2017, en el momento de hacer balance, es triste confirmar que en el año recién finalizado ha continuado la deriva de la Unión Europea hacia el marasmo y la irrelevancia.

Prisionera en el laberinto administrativo de sus ineficientes e interminables mecanismos de toma de decisiones y en la dependencia última de los estados miembros, sacrifica su existencia al minotauro de la indecisión y no se vislumbra ningún posible Teseo dispuesto a intentar derrotarlo, ni ninguna Ariadna provista del hilo que permita encontrar la salida al dédalo burocrático.

La UE viene siendo manifiestamente incapaz de influir significativamente en la esfera internacional, en temas de su máximo interés y aparece siempre subordinada a la actuación individual de algunos de sus miembros y de otras potencias, notoriamente los EE.UU. El papel de la UE en el tema de Ucrania, en el Cáucaso, en Oriente Medio, en las guerras de Siria e Irak o en la situación en el norte de África ha sido apocado, pusilánime, a veces contradictorio entre sus miembros, en ocasiones errático y siempre subalterno.

El triste papel jugado por la Comisión Europea en el problema de la crisis de los demandantes de refugio ha sido paradigmático. Ante un problema humanitario de primerísima magnitud y urgencia, la UE fue primero incapaz de establecer un mecanismo ágil y eficiente de acogida y distribución, permitiendo la pérdida de muchas vidas y meses y años de sufrimiento de cientos de miles de personas en campos improvisados de refugiados. Después decidió un sistema de cuotas obligatorias de acogimiento, que ningún país ha cumplido y, finalmente, firmó un acuerdo con Turquía por el que, a cambio de mucho dinero y la vista gorda hacia los desmanes antidemocráticos de Erdogan, los turcos se quedaban con los migrantes e impedían su tránsito hacia Europa.

El incumplimiento de la recepción de las cuotas de refugiados por parte de los países miembros es un ejemplo de la falta de cohesión actual de la unión. La mayoría de los países, los de la Europa occidental, como la misma España, no han acogido más que un pequeño porcentaje de la cuota que tenían asignada, pero lo han hecho sin una oposición frontal, sino con una política de hechos consumados de ir dilatando el asunto hasta que caduque. Algunos países de la Europa central y oriental, en cambio, han planteado un auténtico desafío a la autoridad comunitaria, negándose en rotundo a admitir refugiados, o planteando condiciones inadmisibles, como la de acoger solo a migrantes cristianos. Ha sido el caso de, entre otros, Polonia, Eslovaquia o Hungría.

Y la capacidad de la UE de sancionar a un país miembro es muy limitada, especialmente si se trata de privar de derechos fundamentales, como el derecho de voto, ya que requiere de la unanimidad del resto. Ahora mismo, la Comisión pretende sancionar a Polonia porque su gobierno ha llevado a cabo una serie de reformas legislativas que anulan la separación de poderes, sometiendo la judicatura al poder ejecutivo. Ello va en contra de los principios de la UE y, de no rectificar, Polonia se vería privada de su derecho a voto en la UE. Pero es muy improbable que ello acabe sucediendo, puesto que ya habido países como Hungría, cuyo primer ministro, el díscolo, populista y euroescéptico Orban ha manifestado que votarán en contra y, sin unanimidad, no se puede aplicar la sanción.

Esta deriva centrífuga de los países miembros, la primera consumada ha sido la próxima salida del Reino Unido, el consabido “brexit”, viene acentuándose con el crecimiento electoral de partidos populistas, xenófobos y ultraderechistas en casi toda la Europa central, septentrional y oriental. Ya gobiernan en Polonia, Hungría, Eslovaquia y Chequia, están en el gobierno en Austria y condicionan con sus resultados electorales las políticas de los gobiernos de Alemania, Francia, Holanda, Finlandia, Suecia y Dinamarca. Incluso en Italia el inclasificable, pero inequívocamente eurófobo, Movimiento 5 Estrellas, tiene perspectivas de poder llegar al gobierno.

Esta deriva centrífuga de muchos países miembros no hace sino acentuar la falta de cohesión de la UE e imposibilitar una acción política coordinada y coherente. Tal vez haya llegado el momento de hacer un alto y repensar la Unión. Quizás sea necesario retomar la idea de la Europa a dos velocidades y dejar fuera del núcleo duro a aquellos países que, de momento, no parecen estar plenamente convencidos del proyecto europeo.

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