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¿Por qué?

Por Francisco Gilet

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Si se contempla el pasado no tan reciente, al mismo tiempo que se observa la Plaza de Sant Jaume repleta de regidores, con la Inmaculada Colau, más conocida por Ada, como gran maestra de ceremonias, la pregunta que salta inmediatamente es “por qué”; por qué se ha llegado a este punto de enfrentamiento, de crispación, desde la soberbia de unos dirigentes que dicen representar a todo un pueblo, mientras, desde el otro lado, se insiste en confrontar tal posición con una llamada al imperio de la ley. Efectivamente, el circo montado por la presidente Forcadell no puede considerarse un ejemplo límpido de promulgación de leyes. Lo calificable como cristalino fue la total negación del surgimiento de cualquier razonamiento jurídico que implicase una llamada al orden, ya no solamente constitucional, sino internacional. El juramento o promesa prestada por todos los actuales dirigentes de la administración catalana fue violentado con alevosía, con premeditación y sin respeto alguno a las normas que se prometieron defender cuando la toma de posesión del cargo. El incumplimiento, la violación del tal juramento o promesa implicó una ruptura con el Estado de derecho, para abrir las puertas a una pseudo revolución institucional que solamente se diferencia de la transición de la república de Weimar al nacionalsocialismo alemán en que, por ahora, no se ha incendiado ningún Reichstag, ningún Parlament. Aunque, la implícita llamada a la violencia de la Gabriel, como respuesta a la suspensión de su conferencia en Vitoria, no anuncian nada bueno.

Tal quebrantamiento ni es un tema menor, ni una cuestión actual. Arrancan de muchos años atrás, con un referéndum 9-N, que no fue “un simulacro estéril” para los independentistas catalanes tal como los constitucionalistas creyeron. Fue un bautismo de fuego, en el cual fueron abatidos muchos impulsos opositores, al tiempo que se fortalecían demasiados deseos anti españolistas. La velocidad de crucero de Junqueras, Puigdemont, Gabriel, era, fue, muy superior a la de Rajoy, de sus ministros y de sus asesores áulicos. Obviamente contra las intenciones, no puede aplicarse la ley, pero sí cabe responder con algo más que con la palabra, la indiferencia o el simple “no habrá referéndum”. Ahora, con cierta sensación burlesca, la Guardia Civil va a la caza de imprentas, folletos, urnas, papeletas, mientras los que han quebrado su deber, se juramentan en defender y aplicar sus particulares leyes. El nacimiento de la nueva nación catalana, está ahí, solamente resta bautizarla. Suceda lo que suceda el 1º de octubre, Puigdemont elevará al día siguiente su chillona voz para proclamar la victoria, el triunfo de su opción; parir un nuevo Estado segregado de España., denominado República Nacional de Cataluña, o mejor, Catalunya. Y es que, mal que les pese a muchos, el día 2 octubre existirá. Y quizás será el momento de mirar a Canadá y a su Clarity Act, en toda su extensión.

Resulta curioso; si un marido no abona la pensión, si un padre da un cachete a su hijo, la justicia cae implacable sobre ambos. Con prontitud, aunque no con rapidez. Sin embargo, cientos de cargos públicos anuncian el quebrantamiento de su juramento, se rejuntan para despreciar el orden constitucional que han prometido respetar, y no pasa nada. Se queman banderas españolas, se rasgan fotografías del Rey, se izan banderas no constitucionales, se prohíbe el castellano, y no pasa nada. Cataluña tiene una deuda de más de 70.000 millones de euros, la mayor parte con el Gobierno de Moncloa, y todavía se la riega con el FLA, porque así, no pasa nada. Pues bien, de esos y otros muchos polvos, son estos lodos de hoy. Y tanto Rajoy, como Sánchez, como Rivera, son quienes, con su absoluta pasividad, han ido regando el polvo del camino — un recuerdo del nefasto Zapatero — provocando que se convirtiera en un fango pegajoso que ninguna sentencia, ni del TC ni de otra instancia judicial, será capaz de desimpregnar de nuestra historia.

Antes, mucho antes, con igual miramiento hacia la ley vigente, debiera haberse anunciado a los poderes catalanes que su camino era senda pedregosa. El Ministro Catalá, tan fino él, debiera haber actuado contra aquellos partidos que atentasen contra el art. 2 de la C.E.. Y al mismo tiempo, el Ministro Dastis, tan sinuoso él, debiera haber visitado a todos los ministros de su ramo, tanto de Europa, como de Asia, como de América, solicitando y obteniendo declaraciones de no reconocimiento diplomático de esa República Nacional de Catalunya que se vislumbra en el horizonte. Por último, Rajoy, con toda la fortaleza del poder constitucional, debiera haber creado un gabinete de crisis — tanto da el nombre — con la asistencia de todos los dirigentes políticos no separatistas, haciendo visible lo mismo que ha hecho Puigdemont estos días; que no debiera subestimarse la fuerza del pueblo español. Pero, no, ni Catalá se ha movido, ni Dastis ha logrado nada que pudiese dar a entender que esa república caminaba hacia la soledad diplomática más indeseable. Se trataba de anunciarle a la Inmaculada Colau, conocida como Ada, y a todos esos alcaldes que la han aclamado, que las cartas de triunfo estaban en manos del Estado de Derecho, y no en las del golpismo institucional catalanista. Es decir, que la Suiza catalana no es sino un espejismo, una quimera.

Se ha preferido seguir la senda del TC a toro pasado. Y ahora, a dos semanas del evento anunciado, unos proclaman que estamos en el 36, otros que son los únicos legales, otros presumen de españolistas sin más, y el piloto de la nave reclama racionalidad y legalidad, sin que — a buenas horas mangas verdes — falte la capellanía demandando diálogo.. Mientras tanto, a los catalanes no independentistas sólo les queda el remedio de esconder su decisión en la habitación del pánico de su mente. Es la alegoría de la libertad que les aguarda.

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