Cecil y la cruda realidad
Menudo drama, han matado salvajemente a Cecil. Si no es usted extraterrestre, conocerá la noticia con pelos y señales, así que paso de explicársela. A mis lectores de otras galaxias y a aquellos otros que hayan llegado hoy desde el futuro a través de un ‘agujero de gusano’ en la malla espacio-temporal se lo explico con todo lujo de detalles otro día, que hace calor y me da pereza.
Cecil, un hermoso macho de león africano, era solo uno de los 32.000 individuos de su especie que sobrevivían en los restos de lo que un día fue una inmensa sabana que cubría el continente entre ambos océanos. Hace unos treinta años –si las fuentes digitales fueran de fiar-, la población mundial de leones sería de entre unos 230.000 y unos 100.000 (ahí es nada el margen de precisión de las fuentes).
Sin embargo, ni a uno solo de los entre 68.000 y 198.000 leones muertos y no repuestos en ese período, ningún medio de comunicación serio -no especializado en felinos-, ha dedicado siquiera una nota necrológica. A los leones anónimos, que les den. Pero, ¡ah Cecil!, Cecil era diferente. En primer lugar, porque ciertamente era un tipo muy bien plantado que caía bien no solo a las leonas de su territorio, sino también a los zimbabuenses, que lo tenían como símbolo y orgullo de lo que queda de su fauna salvaje.
Pero, sobre todo, Cecil era diferente porque además de morir de forma cruel a manos de un cazador furtivo, -que primero parecía ser un español malnacido y que ha acabado siendo un dentista de Minessota-, al bueno de Cecil le seguía un grupo de activistas que ha convertido su triste final en un espectáculo en las redes sociales que ha acabado derramando la ‘noticia’ en los medios de comunicación más conspicuos.
El periodismo de investigación yace en estado catatónico, porque a la gente ya no le interesa saber si obtener una información comprometida supone un riesgo para el informante. Ahora lo que mola es que los periodistas estén atentos a las redes sociales y a lo que se cuece. Y lo que se cuece es lo que los más activos –que no los más rigurosos ni los más inteligentes- quieren que se cueza. Dicho de otra forma, hemos cambiado los intereses concretos y la línea editorial de cada uno de los medios por el cómodo parasitismo sobre facebook, instagram, youtube, tweeter y muchos otros escaparates que, en el mejor de los casos, otorgan el mismo valor a un artículo de fondo del más reputado periodista de Le Monde o el New York Times que al contenido más banal que un determinado grupo con tiempo, paciencia e ingenio consigue convertir en viral.
Ha bastado una toma frontal del elegante rostro de Cecil –y, vete a saber si no era de otro león- como para que la reacción planetaria subsiguiente haya acabado convirtiendo al dentista minossetiano en un paria errante al que nadie ofrecerá trabajo si no cambia rápidamente de identidad y se convierte en vegano.
Pobre Cecil, y sobre todo, pobres de nosotros, porque con su muerte, o con la declaración de Palma como ciudad antitaurina, o con cualquier otra ‘noticia’ que un grupito organizado quiera convertir en centro de interés aunque en realidad importe bien poco, se seguirá ocultando la cruda realidad de que, según UNICEF, cada día fallecen en el mundo 19.000 cachorros de nuestra misma especie, niños con nombres y apellidos que mueren por causas absolutamente evitables, como la malnutrición, las infecciones por patógenos fácilmente combatibles en el primer mundo, por acciones de guerra o por terrorismo…
Pero claro, en esos 19.000 casos diarios no hay un dentista de Minessota sobre cuyos muertos cagarnos, ni un abyecto e imaginario cazador español, ni siquiera un torero o un subalterno taurino al que linchar. Solo nuestra propia responsabilidad. Y eso sí que no interesa lo más mínimo.