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Ciudadanos o súbditos

jueves 18 de abril de 2013, 09:38h

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MARC GONZÁLEZ. En un ataque de sentido común, el ministro de asuntos exteriores, García-Margallo, destituyó fulminantemente al cónsul de España en Boston, Pablo Sánchez-Terán, a quien, como encarnación de todo lo peor que adorna los tópicos sobre los funcionarios patrios, no se le ocurrió otra cosa que cerrar a la hora reglamentaria el consulado mientras centenares de españoles buscaban amparo tras los atentados de este pasado domingo.

Podría pensarse que esta forma de actuar es anecdótica, fruto de la poca cabeza del citado cónsul. No se engañen, estos días he escuchado diversos episodios de desamparo de compatriotas en el extranjero. En este caso, el plus ha sido la repercusión mediática de los atentados, que indujo al ministro a dar el escarmiento de rigor, pero nada más.

Durante la pasada Semana Santa, unos amigos míos viajaron a Londres, como hacen miles de españoles todos los años, atraídos por la oferta comercial, cultural y turística de la capital británica. La mala fortuna hizo que se cruzasen, a las primeras de cambio, con el chorizo -no precisamente ibérico- que le hurtó el bolso a la señora y la dejó indocumentada y sin sus tarjetas de crédito (¡en Londres y sin la visa!). Ya suficientemente enojoso es tener que anular tarjetas y ponerse a pensar qué cosas llevaba uno encima, como para que se añada al disgusto el quedarse sin documentos con los que circular y, sobre todo, poder regresar a casa.

Como es lógico, acudieron a la policía, donde fueron amablemente atendidos y en la que, naturalmente, les remitieron al consulado español en Londres para obtener un documento de identidad provisional.

Pero hete aquí cuando un español se da de bruces con su condición de mero súbdito de un estado que lo ve como un bulto sospechoso. El consulado español en Londres cierra todos los días de la Semana Santa. Con un par. Se ve que la Sra. cónsula, doña Mercedes Rico, y todo su personal consular, deben formar parte de alguna cofradía con la que procesionan por las calles de la pérfida Albión o, a lo mejor, aprovechan para escaparse a Sevilla o a reunirse con la familia. Ni turnos, ni leches.

Probablemente no haya época del año en la que Londres esté más atiborrada de españoles -de mallorquines, ni les cuento-, que la Semana Santa. De ellos, al menos un centenar serán objeto de un robo a poco que se descuiden. Por cierto, si aquí tuviéramos la BBC, haríamos un reportaje con cámara oculta sobre la inseguridad en Londres, como hacen ellos culpabilizándonos de que sus compatriotas en Magaluf se emborrachen, se empastillen, se violen entre sí y culminen la fiesta arrojándose del balcón. Puro darwinismo, al fin y al cabo.  

Pero, volviendo al tema de marras, esta costumbre consular de cerrar el consulado como si fueran las oficinas del registro de la propiedad se conoce que no obedece, como pensé cuando me lo contaron, a un capricho de la Sra. cónsula, sino a un uso común de todas nuestra legaciones. Vuelva usted mañana, que si le han robado, algo habrá hecho usted para merecerlo.

Por fortuna para ellos, mis amigos tienen relaciones de amistad -que no políticas- al más alto nivel del gobierno, lo que les sirvió para implorar ayuda telefónica, porque la alternativa era dejar pasar todas las fiestas, perdiendo el avión y pagando un hotel sin reserva. Unos miles de libras, la broma.

No sé qué le espetó el miembro del gobierno a la Sra. cónsula, pero el funcionario que se vio "obligado" a abrir el chiringuito les dijo, con cara de pocos amigos: -No saben ustedes la que han armado con su llamadita.

A día de hoy, no me consta que la Sra. cónsula haya sido cesada.

 

 

 

 

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