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Aceite hirviendo

miércoles 20 de marzo de 2013, 09:16h

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JAUME SANTACANA. Tan sugerente título, no tendría sentido si no se tratara de escribir sobre los efectos del aceite hirviendo sobre el cuerpo humano.

Como se puede presuponer, en un principio, dichos efectos son perniciosos o, como mínimo, nocivos; y, con toda seguridad, son sumamente molestos y desagradables.

Efectivamente: los lectores más perspicaces, aquellos más audaces, han podido adivinar que un servidor ha sufrido eso que se suele llamar –muy acertadamente- un accidente doméstico, entendiendo por dicho término “algo malo que sucede en casa”; generalmente en casa de uno mismo.

Debo advertir - por muy pueril que sea el aviso- que en una casa pueden suceder hechos de todo tipo, algunos amables y otros lastimosos pero que, en todo caso, hay que estar ojo avizor, porqué el peligro siempre acecha.

En la cocina anida el demonio, para lo bueno y para lo malo: es en este recinto donde se cuece la loca subida del colesterol o la ascensión de la cruel glucosa; y también es en este habitáculo sagrado donde –envuelto en el más puro estado de la banal y estúpida distracción- el cocinero habitual, situado a minuto y medio de la degustación de un par de lomos de puerco rebozados, puede tener la desagradable sorpresa de ver (y constatar) como el líquido ardiente contenido en la sartén se vierte, sin ningún tipo de suavidad, sobre su propia piel, con el visible resultado de dejarle al individuo los pantalones destrozados de grasa y, lo que es peor, la pierna izquierda con el clásico aroma del fuego sobre las patas de pollo, cuando se intenta eliminar sus pelos o, mejor dicho, las raíces de sus plumas.

Quiero resaltar que, este hecho, es completamente deplorable. El contacto del aceite hirviendo sobre las pantorrillas humanas es delirante: una media sensación entre frío y calor; un agobio nervioso (soportado desde el centro neurológico corporal); un estado mental perturbado, que impide poder pensar, en aquel preciso momento, en cosas bonitas como, por ejemplo, la Primera Comunión, el primer viaje a Gijón, el abrazo del ser amado; o bien, en la mejor escena de Pretty Woman; y, finalmente, el color negro, sin concesiones, cubre la mente como antesala de un futuro próximo lleno de “novedades” tales como pomadas, vendas, enfermeras, sueros, cicatrices, cirujanos plásticos.

Un último consejo: el mango de la sartén, siempre, toda la vida, mirando hacia la pared; nunca jamás, girado hacia la persona que cocina…

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