JAUME SANTACANA. …hemos topado…o no.
En estos días previos a la celebración litúrgica-festiva de la famosa Semana Santa, una noticia espectacular e inesperada, ha invadido la comunicación mundial: la renuncia del Papa Benedicto XVI, la cual cosa conlleva la elección de un nuevo cardenal de la Iglesia Católica, al frente de la citada Institución milenaria.
Observo dos posturas de los fieles, o simpatizantes, ante la actitud de determinados clérigos o miembros de comunidades religiosas: en primer lugar, existen centros de culto –parroquias, monasterios, templos, basílicas- en los que la luz interior es diáfana; más que nada, por la ausencia de “militantes”, es decir, de público. Uno entra en alguno de esos centros y su visión se encuentra con un sacerdote oficiando un sacrificio y, enfrente, cuatro o cinco fieles piadosos (sumando, entre ellos, cura incluido, unos 426 años) que rezan beatamente.
La otra cara de la moneda: centros religiosos en dónde hay bofetadas para entrar. Llenos hasta la bandera, descrito en lenguaje taurino. Miles de fieles, simpatizantes, curiosos y, si me apuran, japoneses. Son lugares de culto “tocados” por el éxito.
¿Cuál es la diferencia, se preguntaran los amables lectores, católicos o no? La respuesta es muy sencilla, casi pueril: la liturgia.
La liturgia es la forma exterior en que un rito determinado se explicita ante una comunidad de personas. La definición es mía y, la verdad, me parece bastante acertada. Dicho de otra manera: la liturgia – con todo el respeto- viene a ser el “show” que monta una religión, ante su propio público. Y esto, queridos amigos, es la base del éxito.
El templo de la Sagrada Familia de Barcelona, el monasterio de Montserrat, también en Catalunya, Guadalupe, Westminster, la Basílica de San Pedro, en el Vaticano o, sin ir mas lejos, el Monasterio de Lluc, son “escenarios” de auténticos baños de masas; el personal quiere “no perderse” una misa, como quien no desiste ante un concierto de Alejandro Sanz o los Rolling Stones.
El “exitazo” de estos casi santos lugares, reside –sin ningún género de dudas- en evitar, a toda costa, una imagen de sencillez, de silencio, de plegaria, de recogimiento… para ofrecer, dignamente, un verdadero espectáculo prácticamente mediático, con vestuarios llamativos, escenas de magistral interpretación, músicas esplendorosas, atrezzo de impacto (flores incluídas), luces bien dirigidas y una parafernalia de situaciones emocionantes.
Yo soy un gran admirador de la liturgia…sobre todo cuando está cuidada y produce admiración.