JAIME ORFILA. Los españoles tenemos una esperanza de vida al nacer de 81 años. Somos los ciudadanos del viejo continente con una expectativa vital más elevada. Un artículo publicado esta semana en la prestigiosa revista inglesa “The Lancet” ha recordado y actualizado la situación de liderazgo que venimos ocupando desde hace 20 años.
Para entender este fenómeno es muy interesante analizar la progresión en las expectativas vitales durante el siglo XX; a principios de siglo, la media no superaba los 50 años. Desde entonces se ha observado un aumento mantenido de 3 meses cada año. Es un dato de excepción al que han contribuido tres fenómenos sucesivos. En el primer tercio del siglo veinte, la variable más influyente fue la reducción de la mortalidad infantil, concretamente la perinatal. En el segundo tercio, la mejora de las condiciones socioeconómicas y educativas de la población; en el tercero, los avances sanitarios en general y médicos en particular.
El ejemplo más paradigmático de cómo influye el estilo de vida y las condiciones socioeconómicas en la expectativa de vida lo representa la República Alemana, la Federal y la Democrática. Tras la reunificación, a partir de 1990, se ha igualado la esperanza de vida entre la población de las dos Alemanias. En tan solo veinte años, se ha difuminado la década que separaba la esperanza de vida de ambas poblaciones.
Sin embargo, en otro orden de cosas, las encuestas de salud, muestran que en nuestro país, la esperanza de vida media sin discapacidad es de 65 años; por encima de la media europea, pero por detrás de Suecia, Malta, Grecia, Luxemburgo e Irlanda.
En este mismo sentido, en las sociedades desarrolladas, la mayoría de los fallecimientos se producen por enfermedades cardiovasculares y tumores. Nuestra salud, es la salud de nuestras arterias; la salud vascular pasa por la reducción del hábito tabáquico, por el control del peso, y por la contención en valores óptimos de la presión arterial, el azúcar y las grasas plasmáticas. Tenemos la suerte de haber nacido en el lugar y en el momento en el que se proyecta una larga y cálida vida. La mayoría de los nacidos después del año 2000, serán centenarios y vivirán hasta el siglo XXII.
Por otro lado, el perfil que define las causas de muerte en los países pobres, sigue anclado en el déficit nutricional y en los estragos que producen las enfermedades infecto-contagiosas. En pleno siglo XXI, algunos países del África subsahariana mantienen una expectativa vital, por debajo de los 40 años.
Son cifras para la reflexión, y sobre todo, para la actuación. La potabilización de las aguas, pequeñas inversiones dedicadas a la mejora del tejido productivo y la inmunización universal son potentes instrumentos para luchar contra la bochornosa inequidad poblacional de base territorial y sustrato económico.