MARC GONZÁLEZ. El deporte favorito de la izquierda española es atizar a la Iglesia católica: que si privilegios, que si antigualla, que si discriminación, etc. Naturalmente, pasan olímpicamente de examinar a fondo la labor social y solidaria de los voluntarios católicos -religiosos y seglares- en España y en todo el orbe. La llamada Iglesia oficial o jerarquía es, ciertamente, una institución que se mueve lenta y pausadamente, a veces por detrás de la sociedad -no tiene por qué compartir las modas sociales, al fin y al cabo no es obligatorio ser católico- y otras veces -las que menos atienden los medios-, muy por delante, en conceptos como la solidaridad, la entrega y el amor al prójimo. También padece lacras, claro, como la de la intolerable existencia de abusos sexuales en su seno.
Cuando el Papa manifiesta una determinada posición sobre asuntos de calado social, como la familia, la protección del no nacido y otros, la progresía se le tira al cuello. Cuando presenta una renuncia tan ejemplar como la anunciada esta semana, es el colmo del ejemplo a seguir. Sería bueno aclarar que los primeros interesados en la evolución de la Iglesia sobre determinados asuntos somos precisamente los católicos. Pero, en el juego de darle leña al Vaticano por deporte, que busquen a otro.
Por contraste, la banca, incluida aquella que se presenta fresca o con alma -menuda memez- no se mueve ni un milímetro de sus posiciones, caiga quien caiga, a veces en sentido literal. Dios me libre de afirmar que ningún banquero desea la muerte de nadie, pero lo cierto es que la banca, la misma que estamos rescatando entre todos -incluyendo los que no tienen trabajo-, es incapaz de ofrecer soluciones dignas y generosas a la terrible selección natural que está llevando a cabo en la especie humana: sobrevive aquel que puede pagar la hipoteca. La penúltima herramienta de tortura es el llamado banco malo, que acabará con las esperanzas de muchos de remontar su situación.
La banca, además, tiene pillados por sus partes pudendas a los partidos políticos, cuando no los tiene directamente colonizados o comprados. Mientras nuestros dirigentes se enzarzan en discusiones sobre las casillas de la declaración del IRPF que están dispuestos a mostrar para seguir tomándonos el pelo, centenares de españoles elucubran -aunque sólo sea pasajeramente- con quitarse de en medio y acabar el sufrimiento que los corroe y humilla.
Mejor será tener fe, porque si alguien espera que esto lo arreglen la banca y los partidos, puede esperar largo y tendido en su otro banco.