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Apocalypse now

martes 05 de febrero de 2013, 09:23h

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EMILIO ARTEAGA. Después de dos años de continuas malas noticias en el ámbito económico, social y político, los acontecimientos de esta última semana me han sumido en un estado de ánimo que me ha retrotraído al final de los años 60, al año 68, en plena guerra fría, cuando yo empezaba en la universidad, el año del famoso mayo francés, de la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia para ahogar el movimiento democratizador del régimen comunista checoslovaco liderado por Aleksandr Dubcek, conocido como la primavera de Praga, de la máxima efervescencia de la guerra de Vietnam con la ofensiva del Tet por parte del Vietcong y la contraofensiva de los ejércitos de EE.UU. y Vietnam del Sur y de la extensión mundial de los movimientos de protesta contra la misma y del asesinato de Robert Kennedy, un año, en fin, lleno de acontecimientos negativos que oscurecieron en mi ánimo la alegría de haber aprobado los exámenes del curso preuniversitario, así como el examen de ingreso en la universidad y el poder matricularme en la facultad de medicina e iniciar mis estudios de la carrera de la profesión a la que quería dedicarme, (aunque también se publicó el doble álbum de los Beatles conocido como el álbum blanco, el Beggars Banquet de los Rolling Stones, el Cheap Thrills de Big Brother and the Holding Company con Janis Joplin, el Saucerful of Secrets de Pink floyd, el Waiting for the Sun de los Doors, el Odessey and Oracle de los Zombies, el Astral Weeks de Van Morrison, el In-A-Gadda-Da-Vida de Iron Butterfly, el Electric Ladyland de la Jimi Hendrix Experience, el Anthem of the Sun de Grateful Dead, el Crown of Creation de Jefferson Airplane, etc., las buenas noticias venían de la música). En aquel tiempo todos teníamos muy presente que la posibilidad de un apocalipsis nuclear no era algo remoto y puramente teórico, sino, muy al contrario, algo perfectamente real y posible.

Apocalipsis es una palabra que el latín tomó del griego, que significa revelación. El libro del Apocalipsis del Evangelio según San Juan, contiene las revelaciones y profecías sobre el fin del mundo, que han llevado, con el transcurso de los siglos, a que la palabra apocalipsis haya adquirido el sentido de catástrofe de enormes dimensiones y consecuencias trágicas descomunales. En la literatura (y también en el cine y en el cómic) de ciencia-ficción, los escenarios postapocalípticos constituyen uno de los subgéneros con identidad propia, que alcanzó especial relevancia a finales de los años cincuenta y en las décadas siguientes, debido al desarrollo masivo de armas nucleares por parte de los dos bloques enfrentados en la guerra fría, los Estados Unidos (junto al Reino Unido y Francia) de un lado, y la Unión soviética del otro. La capacidad de destrucción mundial global del armamento de ambos bandos, de hecho el “statu quo” se mantenía en función de la denominada “destrucción mutua asegurada”, no podía ser ignorada por un género con voluntad visionaria y durante esas décadas la producción de novelas y películas sobre guerras nucleares y mundos postapocalípticos fue abundante (y no siempre de buena calidad). La influencia sociológica de la amenaza nuclear fue inmensa y poliédrica. Hubo posturas nihilistas, recuerdo un artículo publicado en una revista contracultural (no estoy seguro si Star o Ajoblanco) a finales de los 60 o principios de los 70 con el título de “La generación sin futuro”, cuya tesis venía a ser, más o menos, que nosotros, los que habíamos nacido alrededor de 1950, constituíamos la primera generación de la historia de la humanidad que podría desaparecer completa antes de la extinción biológica natural, en el caso de que finalmente estallase una guerra nuclear de exterminio mutuo entre las dos superpotencias y que, puesto que no teníamos un futuro garantizado y no sabíamos cuando íbamos a reventar, no merecía la pena preocuparse por el porvenir y era mejor dedicarse a vivir el presente, “carpe diem”. Con un espíritu mucho más positivo, surgieron también infinidad de movimientos y organizaciones pacifistas, que, a la larga, han hecho contribuciones decisivas para mejorar la situación mundial e introducir un poco de racionalidad en una situación que por momentos fue casi como una ruleta rusa y, entre ellas, dado que soy médico, quiero destacar a la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, que fue creada en plena guerra fría, en 1980, por médicos estadounidenses y soviéticos, a los que se adhirieron otros de todo el mundo y que en 1985 recibió el premio Nobel de la Paz.

Con el deshielo de los años 80, la desintegración de la Unión Soviética en 1991, la caída de los regímenes comunistas de la Europa Central y Oriental y el subsiguiente final de la política de confrontación de bloques, la percepción del riesgo de una guerra nuclear ha disminuido en nuestras sociedades hasta casi desaparecer, a pesar de que no solo continua habiendo armamento nuclear suficiente para arrasar el planeta más de 20 veces, sino que una parte de ese armamento está en manos de países inestables, con graves problemas internos y con conflictos regionales crónicos, como Pakistán, la India, o Corea del Norte, por no citar a Israel. Pero es un hecho que la preocupación ha disminuido y ello también se ha reflejado en la literatura de ciencia-ficción. A partir de finales de los 80, la mayoría de las novelas y películas postapocalípticas presentan escenarios del futuro cercano, uno o dos siglos, en los que el planeta y la humanidad han sido asolados por catástrofes ecológicas. El colapso, más o menos completo y más o menos extenso, se ha producido por el derrumbamiento económico provocado por el agotamiento de los recursos naturales, sobre todo energéticos y alimentarios y las guerras subsiguientes por el control de los escasos remanentes de materias primas. Dos ejemplos representativos de novelas publicadas en los últimos años son “El año del diluvio” de Margaret Atwood y “La chica mecánica” de Paolo Bacigalupi, ambas de lectura muy recomendable, incluso para los no aficionados al género.

Ahora mismo tenemos una crisis ecológica y energética global en fase de crecimiento, una crisis económica europea especialmente grave en nuestro país y el resto de países mediterráneos de la Unión europea y una crisis político-institucional propia del estado español, del que el propio Financial Times, el periódico de cabecera del mundo financiero occidental, ha dicho que “prácticamente todas sus instituciones, desde la monarquía hasta la justicia, muestran síntomas de putrefacción”. Esta es una crisis sistémica, más grave en España por la corrupción y la incapacidad (o la carencia de voluntad) de los políticos para acabar con ella. Y ahora los Beatles, Pink Floyd, Grateful Dead, Jefferson Airplane, los Zombies, los Doors e Iron Buttefly ya no existen, Jimi Hendrix y Janis Joplin están muertos y los Rolling Stones y Van Morrison y otros supervivientes de aquella época, son setenteros que viven de nuestra nostalgia del pasado, el pasado de “la generación sin futuro”

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