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De hipopótamos

miércoles 16 de enero de 2013, 09:06h

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JAUME SANTACANA. Desde mi más tierna infancia, he sentido un amor especial por el hipopótamo: siempre me ha parecido una criatura angelical, rozando la perfección estética, y siendo un modelo de animal en lo que a comportamiento emocional se refiere.

Como casi todo el mundo conoce, la etimología de la palabreja, proviene de la combinación de dos vocablos griegos: hipos (caballo) y potamós (río): caballo de río. A causa de este nombre, el hipopótamo, se ha visto obligado –desde hace millones de años (exactamente, desde que se separó de su hermano mamífero, la ballena)- a vivir en los ríos.

Al animalito de marras, le encanta el agua. A veces, se pasa dieciséis horas “enaguado”, respirando, solamente, cada cinco minutos.

El cariño que yo le tengo, no procede de un sentimiento racional complejo, sino de una especie de soplo de mi corazón que, ardiendo, insufla arrebatos de amor hacia la pobre bestia. Lo mío es, de verdad, amor eterno.

Tuve la ocasión, hace ya unos cuantos abriles, de sostener en mis brazos, un hipopótamo recién nacido. Fue tal la emoción que me embargó que –mirándole directamente a los ojitos – no pude llegar a tiempo de desprender unas lágrimas. Yo tenía, abrazados, cincuenta y tres “quilitos” de carne fresca, pura ternura, sana dulzura. Estaba húmedo (copulan y paren debajo del agua…jejeje!) y su finísima piel, tersa y suave, rozaba la desnudez de mis manos…

Al cabo de cierto tiempo, “mi” hipopótamo –bautizado “popotitos”, como el famoso rock- ya pesaba tres toneladas de nada. Y aun así, su agilidad mental y física, asombraba a todo el mundo. Mi “popotitos” alcanza los treinta quilómetros por hora…en distancias cortas, eso sí!

A la pregunta de “¿se puede amar a un hipopótamo?” -cuestión que me pregunto a menudo- debo responder, con valentía, con entereza, pero también con honradez, que sí. Sin ninguna duda: es una criatura que se deja querer, que refleja en sus ojos, el deseo y la gratitud; la complacencia y la virtud.

Cada vez que veo a un hipopótamo, siento un estremecimiento difícil de describir; todo mi interior sufre una fuerte sacudida, absolutamente imposible de frenar. Mi mente se nubla y mi respiración se vuelve agitada.

Te quiero, Popotitos!

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