Un profesional de primera línea, Raúl González, se ha ido de un lugar al que seguramente entró creyendo que se hacía algo serio, la Cámara de Comercio. Pero se equivocó al entrar: la Cámara fue desde siempre, y sigue siendo, un lugar en el que algunos agentes sociales se instalan para buscar sus privilegios, para mirar por encima del hombro a los demás y para aprovecharse de su lugar destacado en el ámbito público.
Hoy la Cámara, que se ha quedado sin gasolina gracias a un arrebato irreflexivo de Zapatero, está empeñada en quedarse con el aeropuerto, una forma de vida que puede salvar el futuro de muchos de los que están allí. Por eso, en el seno de esta organización no cabe una persona de la talla humana de González, a quien seguramente ni todos los que se quedan podrán reemplazar.