La mayor parte de los españoles vamos a empezar a entender a finales de este mes que los gastos alocados al final se pagan. Si ya estábamos aportando cantidades a todas luces absurdas para los servicios que recibimos, ahora tendremos que aumentar nuestra contribución. O sea que este mes, nuestros empleadores nos van a seguir pagando lo mismo, pero nosotros vamos a ver cómo en nuestra cuenta corriente nos ingresan cantidades sensiblemente inferiores, dado que nuestro Gobierno ha decidido aumentar las retenciones - el IRPF- a los trabajadores, a los niveles medios de España, que son siempre los que más tienen que tirar del carro, tanto cuando las cosas van bien, como cuando van mal.
Ustedes verán: lo anterior se aplica a todos, pero los funcionarios ya estamos entrenados porque no empezamos ahora: ya habíamos tenido congelación salarial que al subir las retenciones ya supuso rebajas; hemos tenido recortes de pagas y ahora nos anuncian más trabajo (de lo cual no me quejo porque en muchos casos buena falta hacía), pero todo tiene un límite.
La crisis no puede descansar sobre la función pública. O por lo menos no puede hacerlo indiscriminadamente. Yo siempre he pensado que el sector público era un pitorreo: unos ganan mucho o hacen demasiado poco, y otros cobran demasiado poco o se hace que sobre ellos descanse demasiada carga. Pero no, aquí hemos ido a lo fácil: a todos por igual, y que se fastidien los buenos y que se premien a los ya premiados. Así no vamos. Al tiempo. Esto no puede acabar bien, si no hay gestión cuidadosa.