Que los sindicatos, fundamentalmente de izquierdas, critiquen al Govern conservador, está en el guión; que los nacionalistas comparen a Bauzà con Franco ya lo esperábamos; que los ecologistas digan que se va a urbanizar la plaza de Cort está descontado; que la prensa muerda incluso la mano que ha vuelto a darle de comer, aunque sea muy poco, también es previsible. Pero que las patronales pastorales de Baleares digan que “el Govern hace lo mejor que sabe, que no quiere decir lo mejor posible” y que medios y periodistas de tendencias conservadoras critiquen la situación de la Sanidad, la pasividad del 'alquimista' o la política de comunicación de Bauzá, por llamarla de alguna manera, es un indicio de que esto no está bajo control, que está derrapando y saliéndose del carril. Que eso se diga a pocos meses de acceder al Govern, cuando aún podría estar disfrutando del periodo de gracia de los nuevos en la plaza, es un pésimo indicio.
Todo esto sería cuestión irrelevante si no hubiera por delante un congreso del partido del Gobierno. En la cita, si las cosas van bien para el presidente, habrá críticas, alguna voz se alzará para pedir participación y, como la mayoría parlamentaria está atada, no pasará a mayores. Pero si las cosas van mal, de allí puede salir una seria reprimenda e, incluso, hasta puede que, detrás de la imagen de líder díscolo de Pastor empiece a adivinarse la figura de algún tapado que está cuidadosamente cementando su futuro en el partido del Gobierno. Todo para dar una imagen de batalla interna por el poder.
Ahora bien, todo el número congresual, consistente en constatar el error y la búsqueda y hallazgo de soluciones, será duramente castigado por los electores que ahora no quieren guerras sino medidas; que no desean disputas sino soluciones. Los partidos, piensa el ciudadano, se renuevan en la oposición y gestionan cuando gobiernan. Así que las perspectivas no son nada halagüeñas. O sí, depende si vemos las cosas desde el cuartel de Armengol o, sobre todo, de Font.