Ni soy economista ni pretendo serlo. No quiero dar lecciones de economía a nadie sino plantear una cuestión que me preocupa desde hace tiempo. El Gobierno habla de la necesidad de recortar en gastos, por lo que congela salarios, deja de contratar personal y no oferta ni una sola plaza, además de no pagar a sus acreedores, subir el IRPF, el IBI y cuanto sea menester para ingresar más dinero.
Estas medidas hacen que los que trabajan, que cada vez son menos, tengan una mayor carga impositiva y una menor disponibilidad económica, de modo que restringen sus gastos al máximo, siguen con el coche viejo hasta que es imposible mantenerlo, aguantan con sus televisores antiguos y su aparatito de TDT, dejan de viajar al extranjero y se quedan en casa o en su pueblo de origen, no compran nada que no sea estrictamente necesario, buscan marcas blancas e, incluso, arreglan su ropa de otros años en los talleres que han empezado a proliferar; es decir, que el consumo cada vez cae más.
¿Y entonces? Pues que los comercios se las ven y se las desean para seguir adelante, por lo que muchos cierran y otros despiden a los pocos empleados que les quedan, los supermercados y grandes superficies aguantan con las plantillas mínimas, muchas agencias de viajes están a punto de echar el cierre, los bares y restaurantes cada vez tienen menos clientes, las compañías aéreas pierden dinero… Y así hasta el infinito en todos los sectores económicos de este país y de estas Islas, porque si no hay disponibilidad económica no se puede gastar y, por tanto, sólo cabe esperar la ruina de muchos negocios.
¿Por qué no hablamos de cómo crear empleo, relanzar la actividad económica y dejamos de esquilmar todavía más los bolsillos de una clase media, que está al borde de la desaparición?