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La eurozona intenta apañar un error de diseño

miércoles 14 de diciembre de 2011, 09:49h

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Ayer, de nuevo, Europa a un tris de la crisis. Vivimos constantemente al borde del precipicio. Lógico. Veamos las razones. Una moneda única, una divisa, una política monetaria, sólo puede funcionar bien con un gobierno único, nunca con 27 gobiernos (¡¡¡es que aquí no vamos de bobadas, 27 autoridades a poner de acuerdo, con 27 culturas, con 27 formas de ver el mundo, desde Italia a Holanda, de Suecia a Portugal, de Irlanda a Rumanía!!!). Eso es lo que dijeron lo británicos hace 20 años, cuando no se adhirieron a la moneda única y lo que, palabra más, palabra menos, siguen diciendo hoy. Los hechos están a la vista: España tiene su ritmo y Alemania, otro. Portugal el suyo y Austria otro. Grecia no tiene ritmo e Irlanda sí.

Ahora Merkozy, en su última ideilla, ha decidido que va a revisar los Presupuestos de los países antes de que se puedan aprobar. Dejemos de lado la calidad democrática de la medida y pensemos en qué sucedería si aún así, como pasó con Grecia, se gasta de más. Algo que nosotros en España estamos en perfectas condiciones de hacer, diga lo que diga Bruselas. En palabras que se entiendan ¿qué medidas coercitivas de último recurso tienen para aplicar estas medidas? ¿Sanciones? Pero eso qué le puede importar a un estado. ¿Un ejército? ¿Y qué autoridad tienen Francia y Alemania para aplicar sanciones, cuando ellos han estado durante años incumpliendo los escenarios que ellos mismos habían fijado? A día de hoy, Francia sigue sin cumplir con los límites de déficit acordados la semana pasada, prometiendo que en el futuro sí se alineará con las exigencias que se acaban de pactar.

El siguiente paso acordado el jueves pasado en este proceso de unificar las economías, pero sin unión política, será la unión fiscal. Se acordarán impuestos uniformes en toda la unión, empezando por una subida del IVA que nos va a dejar tumbados. ¿Va a aceptar la Europa del Este esta unificación fiscal, cuando allí están saliendo de su ruina gracias a estos incentivos? Estonia o Eslovaquia aplican impuestos con tarifas planas, muy bajas, que les está permitiendo crecer a una velocidad muy interesante. ¿Les van a consentir una excepción para ellos pero no para Irlanda? Supongamos que sí se lograra la homogeneidad, ¿qué atractivo tiene para una empresa estar en España, donde los salarios no son tanto más bajos que en Alemania y, por el contrario, allí la productividad y la disponibilidad de mano de obra cualificada es más alta?

Boris Johnson, el alcalde de Londres, haciendo de inglés, decía ayer que Europa, entretenida en esta aventura de hacer una moneda sin un estado, se olvida de profundizar en la unidad de mercado, la que de verdad permitiría potenciar las economías de los países miembros. Por ejemplo, no es verdad que haya un mercado único de las constructoras, porque las empresas españolas no tienen ninguna posibilidad de entrar en Italia, Alemania o Francia, de la misma manera que aquí no asoma su hocico nadie. No es verdad que haya un mercado único de la electricidad, porque Francia conserva su monopolio y, mediante trucos diversos, no deja que lo toquen. Las fronteras, aunque muy atenuadas, siguen ahí. Una barrera menor si quieren, sutil, pero cuya abolición sería más útil que muchas de las grandes promesas que nos hacen tras estas cumbres pomposas, sería unificar los enchufes en toda Europa, para facilitar la circulación de los artefactos eléctricos. Al final, los que están dando una lección a Europa son los llamados enemigos de Europa, los británicos: parte de los buses rojos de Londres los operan los franceses (Ratp) o los alemanes (Arriva-DB); sus trenes, los alemanes (DB) o los holandeses (Abellio); su electricidad está en manos francesas (EDF), españolas (Scottish Power) o alemanas (e-On) y sus aeropuertos en las nuestras (Ferrovial o Abertis). Mientras en Alemania y Francia se habla de la unión política, aún seguimos esperando la plena vigencia de la directiva de servicios, que permita a los operadores de un país trabajar en los demás.

Eso sí, grandes cumbres, grandes declaraciones, grandes principios, alfombras rojas, focos, coches oficiales, despliegues espectaculares para acabar con el parto de un ratón. Basta ver los mercados para darnos cuenta que llevamos un año sin que nadie parezca tener la menor idea de qué hacer al frente de este barco.

Todo esto sería una risa, si no fuera que una crisis del euro, una crisis que supusiera la ruptura de la eurozona, algo que los más pesimistas no paran de aventurar, supondría para España una losa de proporciones aún más severas que lo que estamos viviendo hoy. 

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