Notas de Bélgica (1)
martes 05 de agosto de 2014, 17:46h
Heme aquí bajo el paraguas de la más absoluta de las tranquilidades, ubicado entre el silencio, la calma, el sosiego y la soledad más solitaria, valga la expresión. Hállome en Bélgica, a dos minutos de la voluble frontera entre los francófonos y los neerlandeses, los mismos que antes eran denominados como wallones y flamencos, respectivamente. Estoy prácticamente en tierra de nadie.
Bélgica es un país a medias, nunca mejor dicho. Un estado en dos o dos estados en uno, como se prefiera. La inestabilidad política es de órdago. A la par que los italianos, los belgas pueden permitirse el lujo de vivir más de un año sin gobierno sin que les pase nada de especial. Solo unos suspiros. No se resquebrajan los edificios que acogen a la Administración, ni llueve sangre, ni los adolescentes se suicidan tirándose al primer canal que surca su geografía (por cierto, una geografía sin casi geología; el plat pais que cantaba el bueno de Jacques Brel: una región sin apenas montañas dignas de mención, excepto alguna leve elevación de terreno en la zona de las Ardenas para que los jabalíes puedan hacer un poco de ejercicio y suden la grasa sobrante. Un país de geografía lenta, de una suavidad extrema empapada en lluvia).
A unos minutos de mi jardín se alza el monumento conmemorativo de la famosa batalla de Waterloo, donde a Napoleón se le dio por el saco en beneficio de pueblos más civilizados. Nota: la Historia es tan falsa, ella, que por no respetar no respeta ni la toponimia; a modo de ejemplo: la susodicha batalla campal no aconteció en el pueblo que dio nombre, siglos más tarde, a la exitosa canción del grupo Abba, Waterloo, sino en la villa de al lado que se llamaba y se sigue llamando Braine-l’Alleud. Cuando a Wellington, el ganador de la partida, se le puso a mano el documento final para solicitar su firma, encontró graves dificultades en pronunciar y escribir el endiablado nombre de Braine etc. y, cabreado, hizo cambiar para la Historia el auténtico lugar por el de Waterloo, que le pareció mucho más anglosajón.
Mi descanso parcial en esta tierra acogedora, avergonzada aún por los estragos salvajes ofrecidos por el Duque de Alba y sus tropas trogloditas, es dulce y apasionadamente equilibrado. Cielo gris, brisa humana, lloviznas decentes y sobre todo cerveza divina.
Qué les voy a contar…