En un intento de explicar las razones por las que según una noticia publicada en este rotativo “Baleares y canarios, son los que más se han empobrecido desde el año 2000”, es necesario abandonar análisis superficiales que atribuyen el descenso del PIB per cápita al dinamismo de su denominador, esto es al incremento de población. No somos menos ricos porque somos más!
Ciertamente, Balears ha experimentado una sustancial mutación demográfica durante los últimos dieciséis años como consecuencia de una fuerte corriente inmigratoria. Sin embargo, la simple operación aritmética de comparar, aunque sea en términos reales, el aumento que ha experimentado el PIB balear durante estos últimos dieciséis años (18,3%) con su equivalente en términos demográficos (39%) para explicar el retroceso que ha experimentado el PIB per cápita balear durante este mismo periodo (-14,9%) ignora el hecho que de una parte importante del incremento que ha experimentado el PIB balear durante este tiempo es atribuible precisamente al crecimiento poblacional, no sólo por el impacto que el shock inmigratorio ha tenido sobre la expansión de la demanda interna, vía mayor consumo, sino especialmente por su contribución a la capacidad productiva del archipiélago, al aumentar la oferta de trabajo y, por lo tanto, favorecer el crecimiento económico balear.
Así, cabe tener en cuenta que el incremento demográfico acaecido durante los últimos dieciséis años se ha centrado fuertemente en la población en edad de trabajar, pues dos de cada tres nuevos registros corresponden a individuos de entre 16 y 64 años (67,3%). De este modo, cabe reconocer que entre este aumento poblacional, la contribución de los ocupados inmigrantes al crecimiento del PIB agregado es, ciertamente, muy notable, como también lo es su aportación al aumento del PIB per cápita, y que, por lo tanto, el descenso que ha experimentado el PIB per cápita balear durante los últimos dieciséis años hubiera sido, dado el patrón productivo vigente en el archipiélago, mayor de no contar con la aportación de la mano de obra inmigrante. Prueba de ello es que a lo largo de la anterior fase expansiva (2000-2007), el retroceso real del PIB per cápita, cifrado en el -0,9% anual, hubiera sido del -1,8% anual si no llega a ser parcialmente amortiguado por la progresión alcista de la participación laboral (0,9% anual), manifestada tanto en su vertiente efectiva (0,7% anual) –de acuerdo con la tasa de empleo que fue capaz de generar el mercado de trabajo insular– como en su vertiente potencial (0,1%) –de acuerdo al contingente de población en edad de trabajar que derivó de la expansión demográfica de aquel periodo.
Es preciso, pues, centrarse en el numerador, esto es, en el aumento del valor añadido, y en concreto en los elementos que de manera sistemática están limitando su trayectoria ascendente, si en verdad se quieren desplegar políticas orientadas a revertir la continua y progresiva caída del PIB per cápita balear. Y es que, independientemente de la fase del ciclo, tan sólo es necesario revisar el balance económico de los últimos dieciséis años y observar que, el ajuste del empleo –sea a la baja, como en la fase recesiva 2008-2014 (-1,5% anual) o al alza, como en la etapa expansiva 2000-2007 (3% anual)– siempre ha superado la progresión real de la actividad (-0,6%, fase recesiva vs 2,2%, fase expansiva), denotando la escasa capacidad de las islas de basar su patrón de crecimiento sobre ganancias de productividad. Algo que sigue ocurriendo en estos momentos cuando, inmersos en una nueva fase expansiva, el crecimiento de la ocupación en 2015 y 2016 (5,3%, ambos) sigue siendo mayor al aumento real del PIB (2,3% y 3,8%, respectivamente).
No en vano, la productividad balear, aproximada a través del valor añadido generado por trabajador, viene manteniendo desde el inicio de este siglo una tendencia descendente que ha situado su ritmo de progreso real en terreno negativo (-0,3% anual). Este comportamiento, que contrasta con la pauta de avance, tímida pero positiva, de la productividad de España (0,7%, anual), ha derivado en diferenciales negativos para el archipiélago respecto del conjunto autonómico (103,8%, 2016 vs 125,7%, 2000) y, así mismo, respecto del entramado regional europeo (93,4%, 2015 vs 119,7%, 2000).
Es precisamente está dificultad que tiene Balears de compaginar el incremento en la dotación de recursos, como la mano de obra, con la mejora de su productividad lo que impide consolidar un proceso de generación de rentas capaz de mantener el nivel de bienestar alcanzado por el archipiélago en el año 2000. De hecho, no es posible corregir los diferenciales en PIB per cápita si no se corrigen los diferenciales en productividad. No en vano, la preferencia por la acumulación compromete seriamente la retribución de todos los factores de producción, tanto del trabajo –dado que el empleo se erige en el principal factor de ajuste– como del capital –porque tan sólo se puede recurrir al margen limitado que otorga una estricta contención de costes para sostener la rentabilidad empresarial.
Y es que una vez alcanzado un estadio de desarrollo elevado, como el balear, es necesario competir y, por tanto, sostener el proceso generador de rentas, desde patrones de crecimiento basados en el aprovechamiento de los factores disponibles, los cuales sustituyen patrones válidos en etapas anteriores centrados en la mera acumulación de los mismos (más trabajadores, más turistas, más infraestructuras, más equipamientos, más maquinaria...). Somos menos ricos porque somos menos productivos.
La clave está en fomentar un sistema productivo competitivo que pivote sobre una mejora continua de la eficiencia. Esta es la única vía para que el proceso generador de rentas del archipiélago asegure el retorno de la inversión, la consecución de salarios más elevados y, en conjunto, el mantenimiento y mejora de los estándares de bienestar.
Por este motivo es fundamental actuar con decisión y abordar el diseño de una estrategia de competitividad global para Balears que aglutine y reoriente los recursos regionales en torno a una visión de futuro que tienda a la excelencia. Se trata de formular una propuesta de valor única, diferenciada y sostenible en el tiempo que fije objetivos, establezca prioridades y oriente los recursos, tanto públicos como privados, a través de líneas de actuación que minimicen los riesgos y maximicen las oportunidades de las islas en el nuevo escenario global.
Antoni Riera Font, catedrático de la UIB y director técnico de Impulsa Balears