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No hay mal que no venga por bien

Por Gregorio Delgado del Río
sábado 09 de marzo de 2024, 05:00h

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La historia se repite tanto en la vida colectiva como individual. Todos sabemos que de un mal, de una contrariedad, de un escándalo o de una conducta corrupta se puede extraer alguna lección positiva, algo bueno para el futuro. Ya lo dijo Baltasar Gracián: “No hay mal que no venga por bien” (El Criticón, III, 206). Aunque el dicho del gran novelista español fuese, como es lógico, desconocido por la perseguidora de la lengua de Cervantes, lo cierto es que llegó a formar parte, mediante el refranero español, del saber más popular. Limitaciones impuestas a sí mismos por los nacionalismos supremacistas y disgregadores, que venimos padeciendo.

El PSOE se halla metido en un lío de aúpa, en un muy grave escándalo de corrupción, incluso sistémica. Cada día, presuntamente, aparecen nuevas implicaciones. Aparecen en los niveles más altos de la Administración central del Estado, en los gobiernos socialistas autonómicos como es el caso de Canarias y Baleares. Están presentes en empresas (saldrán más), de una manera u otra vinculadas al sanchismo. El incendio no acaba de controlarse y amenaza con devorar el edificio entero del sanchismo y a su mismo Presidente. El cortafuegos ideado, José Luís Ábalos, les ha salido rana. Nadie puede asegurar hasta dónde podrá extenderse ni que nuevos episodios restan aún por revelarse. Demos tiempo al tiempo. Nos esperan, me temo, días de gloria.

El sanchismo ganó la moción de censura y accedió al gobierno porque Rajoy no tuvo ‘la decencia política’ de dimitir ante la corrupción de su partido (Ábalos ‘dixit’). Prometió ejemplaridad y regeneración moral y democrática. Exhibió por doquier que con él no habría nunca corrupción. Esto iba a ser el paraíso. Pues bien, toda España contempla, ahora mismo, su cara ensuciada y manchada. Esta circunstancia les enfurece y les saca de quicio. Lo niegan, soberbios ellos, aunque estén ardiendo en la pira ritual del Estado de derecho, que, por cierto, no reconocen ni respetan. El sanchismo, que tanto mal viene haciendo al sistema democrático español y a la convivencia civil, presuntamente, “también ha sido y es corrupción del tipo convencional: llevárselo crudo” (Ibidem).

Aquí en Baleares contemplamos una derivada: la presunta implicación de la socialista Francina Armengol. Se mostró, en una primera aparición pública retardada en exceso, indignadísima hasta el punto que le daban arcadas de asco. Pero, no supo, o no pudo o no quiso explicarse a fin de no autoinculparse. El martes pasado, exigida por el propio Partido, compareció de nuevo ante los medios. Y volvió a lanzar evasivas. Como le ha dicho Jiménez Losantos, “no sé qué resulta más humillante: comprobar la indigencia intelectual de quien dispuso de millones de euros a su antojo o la minusvalía moral de quien no es capaz de explicar sus actos sin inventarle otros a la oposición”. Sin duda alguna.

Como ha subrayado M. Payeras, su comparecencia acabó en “un penoso espectáculo que sólo sirvió para convencer a cualquiera que no lo estuviera que Armengol tiene mucho que esconder, mentir y falsear”. La inmolaron en la pira de la opinión pública y “la han metido en una endiablada posición política de la que es improbable que pueda salir con bien” (Ibidem).

Ciertamente está ‘carbonizada’ (J. Jaume, DM). Cada día lo estará más y acabarán por “chamuscarla más políticamente” (M. González). Sólo se liberará si contesta de manera convincente, cosa que hasta ahora no ha hecho, a estas o parecidas preguntas: ¿Quién del ministerio de transportes se puso en contacto con el Gobierno para ofrecerle mascarillas? ¿A quién, en 2020, se hizo dicha llamada: a un funcionario o a un alto cargo del propio Gobierno? ¿Por qué, sabiendo que le habían dado material averiado (gato por liebre), tardó tres años en reclamar cuando fue tan diligente en pagar? ¿Por qué no las rechazó de inmediato, como sí hicieron, por ejemplo, Castilla-La Mancha y Aragón? ¿Qué información facilitó, y cuándo (transparencia), a la ciudadanía de Baleares sobre lo ocurrido? ¿Por qué ocultó a cuatro controles el informe de las mascarillas ‘fake’? ¿Acaso funcionó, presuntamente, con la idea de que volvería a ganar las elecciones y todo seguiría sumido en la obscuridad? Ni ha contestado hasta ahora ni lo hará. Sólo ha mascullado evasivas. ‘La cosa pinta mal. Muy mal’ (G. Ventayol).

Lo inicialmente aparecido, que como, vergonzosamente ha expelido Sánchez desde Brasil, no son “bulos, ni descalificaciones ni insidias”, nos sugieren dos importantes lecciones de cara al futuro.

Una primera lección está en relación con una evidencia: el sanchismo, presuntamente, está muy corrompido. Es una realidad ineludible. Y no sólo por el ‘affaire’ de las mascarillas. Se acabó, pues, aquello de su supuesta superioridad moral. Habría que hablar de su superioridad en la inmoralidad. Han demostrado que los mal llamados actualmente socialistas son humanos y débiles, egoístas, con pasiones e instintos, como todos los mortales. Si interiorizamos esta lección, nos evitará incurrir en estúpidas complicidades futuras.

La segunda lección consiste en que Francina Armengol ha sido tan torpe, por su tardanza, por su falta de explicaciones y por no respetar al ciudadano, que ha propiciado “que se fije una imagen de culpabilidad en el común ciudadano al respecto de la cuestión” (M. Payeras). El bien a la sociedad ya lo ha hecho. Resulte lo que fuere, ya no se va a liberar de la incompetencia que ha demostrado. En Baleares nos hemos sacudido su pesada amenaza de volver por tercera vez. El daño se lo ha hecho a su partido en el que sólo unos pocos se atrevieron a resistir lo que, presuntamente, venía de mucho más arriba. Ni en el seguimiento a los suyos se puede actuar con fanatismo. Gracias, Francina Armengol.

Gregorio Delgado del Río

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