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Joan Cunill o el incandescente brillo de la experiencia

Xisco Barceló | Sábado 16 de julio de 2022

En esta ocasión la liturgia de la entrevista se iba a desarrollar de otra forma a como suele ser habitual. Llegábamos a Petra cuando el reloj marcaba las dos de la tarde y el protagonista nos esperaba en su taller estudio. Le recogimos y nos dirigimos a un restaurante.

Le pedí disculpas por el retraso y con su buen humor contestó:

Tranquilos, así hablaremos con la barriga contenta. Iremos muy cerca, al Restaurante Stop, donde cada día tengo una mesa preparada.

Nos dejamos aconsejar por el propietario que nos sugirió un arroz de caracoles. Sin duda, una elección excepcional.



Joan Cunill Más, nace en la barriada de Els Hostalets de Palma el 27 de agosto de 1931, el mismo año en que se inauguraba el Aeropuerto de Madrid-Barajas, en Rio de Janeiro la estatua del Cristo Redentor y en Nueve York el Empire State Building, empezaba a funcionar el servicio telefónico entre Islas Canarias y la península ibérica, en Francia Pierre Laval se convertía en primer ministro, el mes de abril en España se proclamaba la Segunda República, se emitía por cable un partido de beisbol en Tokio era la primera retrasmisión deportiva del mundo por televisión, Mao Tsé Tung proclamaba la República Soviética de China, se instauraba en España el sufragio universal lo que daba el derecho a voto de las mujeres que había defendido Clara Campoamor, el gánster Al Capone era sentenciado a once años de prisión en Estados Unidos por evasión de impuestos, en diciembre era elegido presidente de la Segunda República Española; Niceto Alcalá Zamora. Se editaban; Santuario de William Faulkner, La buena tierra de Pearl S. Buck, Así que pasen cinco años de García Lorca y Las olas de Virginia Woolf, nacían; Laura Valenzuela, Anne Bancroft, James Dean, Vicente Parra, Lucia Bosé, se estrenaban las películas; Luces de Ciudad de Charles Chaplin, Frankenstein con Boris Karloff y Mata Hari con Greta Garbo, Dalí pintaba su obra; La persistencia de la memoria.

Hijo de Joan, yesero albañil de profesión, natural de Sineu y de María que trabajó en servicios de limpieza y había nacido en Palma. En el matrimonio tuvieron dos hijos, Joan y Pedro.

Mis padres murieron con tres días de diferencia uno del otro, mi hermano falleció con 65 años.

Mientras nos servían agua, cervezas y un aperitivo, aceitunas y alliloli, Francisca preparaba su dispositivo fotográfico y Joan y yo, nos subimos a un vagón de tren de esos que transitan por la memoria y ahí dentro empezamos a charlar de su infancia…

A mí me conocían en la barriada como al nieto de Apolonia de la última calle de Els Hostalets. Tengo pocos recuerdos de esos primeros años, al margen de pasar tiempo en la calle y en verano a la fresca con los vecinos. Empecé a trabajar con solo ocho años en la herrería de l’amo en Ramón, con la primera misión de girar la forja en el patio y enseguida supe que no quería ser herrero. Me pagaban con una manzana, una pera, a veces con un caramelo.

El viaje imaginario continuaba y desde una de las ventanas contemplábamos escenas que Joan nos relataba…

A los doce años me fui a trabajar a la primera empresa fabricante de puertas enrollables de Mallorca; “Jaume Castelló”, además nos ocupábamos del mantenimiento. A los catorce ya era oficial y tenía un ayudante de cuarenta años. Lo curioso ocurría cuando nos tocaba ir a alguna reparación. La gente nos miraba y me pedían que les engrasase la barrera con aceite y yo ordenaba a aquel señor, se quedaban atónitos.

Al cumplir los veinte, mi novia Antonia Bennàssar que vivía en París y yo tomamos la decisión de casarnos y fue el rector Felip Guasp de Sant Nicolau quien formalizó el compromiso en el Port de Sóller.

Mi mujer y yo nos establecimos en Sóller y eso me obligaba a hacer varios trayectos en tren para ir a faenar. A mediodía me quedaba en Palma y comía en casa de mi madre.

¿Y cómo solucionó ese problema?

Acepté un empleo nuevo en la fábrica de tejidos Talleres Bauzá más conocido como “Ca’n Perlas” en Sóller. Me ocupaba del mantenimiento, pero las máquinas de telar en movimiento disponían de unas piezas de aluminio que vibraban, y que se estropeasen era algo corriente. Las empresas contrataban a técnicos y directivos catalanes, porque eran quienes dominaban aquel mercado y estos, aconsejaban que las piezas se reparasen en Barcelona. Yo les traté de convencer de que no hacía falta mandarlas a la ciudad condal, que aquí podíamos encontrar una manera de restaurarlas.

En su rostro se reflejaba un halo de misterio… ¿Y qué pasó?

Me costó convencer al encargado mestre Nofre, de quien tuve que aguantar más de una bronca, además de algún adjetivo relacionado con mi afición a los inventos “inventorcito” me llamaba. – Es mejor que no pierdas el tiempo en eso. - Me decía una y otra vez. Aunque yo era tozudo y me quedaba al finalizar mi jornada. El primer intentó no funcionó, al día siguiente vino la primera burla pero yo era persistente y le hice saber al encargado que confiase en mí. El segundo día mejor y ya al tercer día le convencí. Ahora había que llevarlo a mostrar a los doce mayordomos catalanes que tenían la decisión sobre ese tema. Una vez que vieron el resultado, diez votaron a favor y dos se abstuvieron. Yo impuse mis condiciones económicas y aceptaron. Me pagarían por piezas y por horas.

La camarera que nos hablaba desde detrás de una mascarilla, nos mostraba la humeante paella de arroz con caracoles y consiguió nuestra aprobación al unísono.

En alusión a la última anécdota, debo deciros que soy una persona a la que le gusta escuchar y dar la razón a quien yo considere que la tiene, pero si yo estoy convencido de tenerla, nadie me calla.

¡Ahí queda eso!

Lo cierto es que tenía buena mano y en la empresa ya apreciaban mis opiniones. En aquel entonces hacía las lantías para las iglesias y cada día elaboraba entre veinte y veinticinco metros de cadena.

Le preguntamos por su adolescencia…

Desde los ocho años, mi vida era solo acudir al trabajo. No salía con los amigos, no me quedaba tiempo para vivir como un adolescente.

Con doce ya me sentía capaz de tener y mantener una familia.

Le ofrecieron un empleo en la que era la empresa más representativa; Ca’n Garí y aceptó, y de nuevo, el inconveniente del transporte, pero esta vez habría que buscar otra solución.

Aquel era un taller que trabajaba en exclusiva para la empresa que me había hecho la oferta. Se llamaba Ca’n Piqué con veinticinco empleados y un sinfín de posibilidades. Pronto confiaron en mí, y convencí a los dueños para ir a un lugar más espacioso. Se compró un solar de 2000 metros cuadrados a 38 pesetas el metro, se construyó una nave y se instaló la maquinaria. Teníamos veintisiete personas en administración, cincuenta en los talleres y casi sesenta en la calle.

El matrimonio dueño, tomó la costumbre de viajar por el mundo con otra pareja y dejaron de frecuentar la fábrica, eso me hizo recapacitar. Yo recibía una buena paga y beneficios y después de veinticinco años decidí establecerme por mi cuenta, montando una metalistería para realizar trabajos artesanos muy especiales, entre otros elementos, una baranda o vitrinas con un baño de oro que me encargaron de Relojería Alemana.

Nos revela que en una época de su vida, más o menos a la edad de 25 años formó parte de la sociedad de la Sala de Fiestas Tito’s…

Iba cada día. Construí una pasarela y la plataforma por donde entraban y salían los artistas y donde tocaban el piano. A veces acompañaba a Francoise a contratar algún ballet o grupos. Yo tenía una moto Sanglas 500 y todo el mundo quería subirse a ella. Compré buenos coches en esa etapa que cambiaba cada año. Fue una vivencia maravillosa.

Debido a mi trabajo y sabiendo que mi mujer estaba sola durante muchas horas y que le gustaban las plantas, hice un invernadero con 1.300 cactus.

Llega el boom de la hostelería. ¿En que repercutió a las empresas que mantenían a oficiales y a artesanos?

Por una parte trajo más clientes pero en detrimento del oficio, cada vez menos aprecio. Se pedía cantidad por encima de calidad y así desaparecieron empresas emblemáticas. Yo por ejemplo que manejaba el acero inoxidable y realizaba trabajos para encargos que todavía perduran, como unos pasamanos en la Clínica Rotger o unos carteles elaborados en latón y acero inoxidable para Cappuccino. Hoy en día, sería impensable.

En ese momento habíamos acabado el postre y nos tomamos unos cafés. Salimos del restaurante y Francisca le sacó unas fotos en la vieja estación. En el paseo había gente jugando a petanca y les aseguro que un sol de justicia no invitaba demasiado a estar en la calle.

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Por precaución había aparcado el coche bajo una sombra y de ahí regresamos a su estudio y nos acomodamos para continuar dando vueltas por aquella memoria clara y precisa que maneja Joan Cunill.

Trabajó hasta los 65 años y se jubiló. A esa edad comienza a crear obras de arte, usando materiales que dominaba como nadie. En 1987 recibió el título de maestro artesano y en 2002 el de escultor.

Llegué tarde al mundo del arte, aunque toda mi vida admiré el trabajo de los artistas, principalmente de escultores con los que había trabajado en múltiples ocasiones desde un segundo plano en la construcción de obras Quería darme la satisfacción de mostrar que era capaz desde mi punto de vista de mejorar algunos aspectos técnicos. Algo parecido me ocurre con la pintura que de manera autodidacta voy aprendiendo.

Prácticamente acabadas mis primeras unidades ya tenía y sigo con él, un marchante de arte en Orense que me llevó a exponer a Madrid, a Austria y a Nueva York.

Aun habiendo llegado tarde como usted dice, ha dedicado toda la vida a la creación manual. ¿En su faceta de escultor como se siente?

Sé que soy perfeccionista y exageradamente autoexigente y eso a veces me ha llevado a algún problema con algún artista a quien le he sugerido una corrección, soy así también conmigo mismo. Quien me conoce, sabe como valoro las cosas bien hechas. No he llegado a crear mi obra maestra porque pienso que a mi edad me queda mucho por hacer y por aprender.

Le miro atentamente por si va añadir algo más al comentario, y se queda mudo observando un dibujo a lápiz que asoma sobre la mesa. Espero, y en esa espera me da tiempo de meditar unos segundos, sobre sus últimas palabras.

En su estudio hay numerosos lienzos que cuelgan de las paredes, en el centro, una pila de esculturas y llega una reflexión filosófica por su parte…

Un cuadro no es solo para mirar, es para contemplar y pasa lo mismo con las esculturas, siempre le digo a la gente y se quedan dubitativos, que no son para tocar, son para acariciar.

Colabora de manera solidaria con una asociación de Fibromialgia de Valencia.

Desde hace algunos años les mando obra en pequeño formato para que puedan venderla fácilmente en subastas o mercados y sacarle un rendimiento que ayude a la asociación.

Sus exposiciones han recorrido la geografía de los municipios de Mallorca, además de Madrid, Salzburgo, Nueva York, Barcelona, Ibiza, Oporto, Marbella, Oslo y Bolzano entre otras ciudades.

Nos descubre una faceta musical…

Antiguamente en los cines la gente veía dos películas y entre una y otra había un descanso. Yo actué varias veces en el cine Metropolitan, un laúd, una guitarra y yo cantando.

Y durante algún tiempo formé parte del coro de la Capella Mallorquina.

Destaca entre sus artistas preferidos a; Mestre Antonio Moreno de Can Seguí, Jaume Mir y Xim Torrents.

Entre sus aficiones, las películas del Oeste, la música clásica, y en la gastronomía las recetas de Mestre Tomeu Esteva.

¿Qué acontecimiento histórico le parece el más reseñable?

El trabajo del Dr. Fleming con el descubrimiento de la penicilina, la importancia de su aportación a la humanidad. Creo que su recuerdo debería de ser permanente en la enseñanza.

Di un repaso a mi cuaderno de notas y creo que nadie notó como asentí, dando por cumplida la misión de aquella jornada que había pasado más deprisa de lo que el reloj marcaba.

Nos despedíamos de Joan Cunill agradeciéndole su generoso trato. Sus esculturas habían estado ahí quietas y ahora parecía que se movieran, pero era solo el efecto en el reflejo del acero inoxidable que actuaba como un espejo, mientras nos apeábamos de ese tren imaginario con el que habíamos realizado un fantasioso viaje por su vida. Me pareció que Francisca fotografiaba esa milésima de segundo.

Texto Xisco Barceló

Fotografías: Francisca R Sampol

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