El presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, fue de los primeros en ofrecer su país como sede del hipotético diálogo. Puso de nuevo sobre la mesa la opción de Minsk, como ya se hizo en 2014 y 2015 para pactar unos acuerdos que teóricamente iban a servir para pacificar el este de Ucrania.
Sin embargo, la Bielorrusia de hoy ya no es la de entonces. La ola de protestas y sanciones desatada tras las controvertidas elecciones de 2020, en las que Lukashenko se hizo con un nuevo mandato, terminaron de acercar al mandatario bielorruso a Moscú, hasta el punto de que ha vinculado indisolublemente su propio futuro al del presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Rusia desplegó miles de efectivos en suelo bielorruso para unas maniobras que precedieron a la invasión y, de hecho, Bielorrusia ha sido la base desde que estas tropas han irrumpido en zonas del norte de Ucrania como la región de Kiev. Asimismo, la Constitución avalada el domingo en referéndum permite a Bielorrusia acoger armas nucleares de Rusia.
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