La mayor parte de las mujeres que ejercen la prostitución en Mallorca proceden de países extranjeros, especialmente de África, Sudamérica y Europa del Este. En este último caso, el 'modus operandi' que utilizan las mafias dedicadas a esta actividad resulta especialmente cruel y descarnado: las mujeres son captadas en sus territorios de origen por un 'lover boy' (un hombre que trabaja para el clan y que las seduce con suspuestas intenciones románticas) que las convence para que se desplacen hasta la isla, donde les asegura que su calidad de vida y sus ingresos mejorarán notablemente. Una vez aquí, son confinadas durante una semana entera en una vivienda con la obligación de visionar películas pornográficas, ininterrumpidamente, las 24 horas del día. Cuando esta tortura psicológica y emocional finaliza, han de de pasar por otra traumática experiencia: un grupo de hombres las viola sucesivamente, uno tras otro. Los profesionales del centro de atención del Casal Petit, en Palma, especializado en la acogida de mujeres en contexto de prostitución, conocen perfectamente estas situaciones. No en vano, han sido las propias usuarias quienes les han dado cuenta de las terribles pruebas que han debido afrontar para sobrevivir en un entorno inhóspito y profundamente deshumanizado.
La Congregación de las Hermanas Oblatas inició su andadura en 1864, en Madrid, configurándose desde el primer momento como un proyecto de acogida para mujeres en contexto de prostitución. En Mallorca, la Orden inició su labor de apoyo a este colectivo hace 31 años, en el barrio palmesano de La Vileta. Posteriormente, el servicio fue trasladado a su ubicación actual, el Casal Petit, en pleno centro de la capital balear, adoptando una estructura profesional de la que forman parte, entre otros perfiles, cuatro educadores, dos psicólogas y dos trabajadoras sociales, con el apoyo de 33 voluntarios.
Francisca Muñoz-Ramos es una de los integrantes de este equipo de profesionales. Como psicóloga con una prolongada experiencia en diferentes campos de la asistencia mental y emocional, su labor en el centro de día del Casal Petit le ha permitido conocer de cerca una realidad dura y complicada, que, tras la irrupción de la pandemia, ha cambiado de cara: “Sí, algunos patrones se han modificado. Antes, estas mujeres ejercían su labor, mayoritariamente, en las calles; ahora predominan los pisos y los clubes de alterne, sin olvidar la creciente importancia de las web de contactos. Esto ha supuesto que el trabajo de estas personas quede más invisibilizado, y también ha implicado un incremento de la actividad de las mafias. Tenga en cuenta que, en la calle, las mujeres en contexto de prostitución son más libres. En cambio, si han de acudir a un piso, el control se duplica. Alguien ha de alquilar la vivienda por ellas”.
La crisis sanitaria también ha incidido en un aumento notable del número de mujeres que reciben respaldo y asistencia en el Casal Petit. La cifra aproximada de 250 usuarias correspondiente al periodo anterior a la pandemia se ha disparado hasta superar el número de 400.
No han sido estos los únicos cambios resaltables. Francisca Muñoz-Ramos cuenta al respecto que, a consecuencia del confinamiento que la sociedad en su conjunto tuvo que afrontar a partir de marzo de 2020, “algunas mujeres aprovecharon la circunstancia para reflexionar sobre sus vidas y se dieron cuenta de que su situación no es sostenible. Ciertamente, pueden ingresar dinero a cambio de su actividad, pero son unos beneficios tramposos. Por eso, decidieron que necesitaban un cambio, y que ese cambio pasaba por formarse y aprender”.
A raíz de ello, el Casal Petit ha venido intensificando su labor educativa, poniendo especial acento en el objetivo de facilitar la inserción sociolaboral de estas mujeres. A este criterio obedecen los talleres organizados para proporcionar a las usuarias un mayor nivel de preparación a la hora de encontrar un puesto de trabajo, ya sea ayudándoles a elaborar currículums que resulten eficaces a la hora de defender su candidatura o a preparar adecuadamente una entrevista laboral.
El oficio más antiguo del mundo. Así es como muchas personas se refieren a la prostitución. Sin embargo, la psicóloga del Casal Petit considera que esta creencia “obedece, más bien, a un mito. El comercio de alimentos, por ejemplo, data de mucho antes”. En cualquier caso, Francisca Muñoz-Ramos está convencida de que “nadie quiere ejercer la prostitución voluntariamente o por gusto. Lo que ocurre es que estas mujeres no tienen otra alternativa ante la responsabilidad de mantener a sus familias en el país de origen, pagar la deuda que han contraído para viajar hasta aquí, o hacerse con un permiso de trabajo”.
Al mismo tiempo, esta profesional de la salud mental refiere otra conclusión igualmente impactante: “Todos podemos prostituirnos en un momento determinado. Todos, sin excepción, porque, al fin y al cabo, este tipo de respuesta depende de las necesidades y las urgencias que tengamos que afrontar, no de las ganas que sintamos de alquilar nuestro cuerpo. Esto último, nadie quiere hacerlo por voluntad propia”.
En Mallorca, el perfil de las mujeres en contexto de prostitución marca, en primer lugar, según los datos recogidos en las memorias elaboradas en el Casal Petit (la última corresponde al año 2020, ya con informaciones concretas acerca del alcance de la pandemia), una primera constatación relevante: la mayoría de estas trabajadoras proceden de países extranjeros.
Entre estas ciudadanas, pueden establecerse diversos grupos en función de su lugar de procedencia. Lo cuenta Francisca Muñoz-Ramos: “Por una parte, están las mujeres africanas, mayoritariamente nigerianas. Cuentan con una educación muy básica y muchas de ellas han tenido que cruzar su continente, a pie, para llegar a Europa, a no ser que sus familias hayan podido pagar a las mafias para que les faciliten el trayecto en avión. De ser así, la deuda que contraen se prolonga indefinidamente”.
“Luego están -sigue explicando la psicóloga- las mujeres originarias de los países de Europa del Este. Normalmente, presentan un buen nivel de formación, y el ‘modus operandi’ de su captación es muy diferente. Y extraordinariamente duro, también. Por lo general, son atraídas, en sus territorios, por un ‘lover boy’, es decir, un joven o un hombre que las seduce y las convence para abandonar el país y venir a Mallorca con la promesa de que su situación económica y la de su familia va a mejorar considerablemente. Cuando llegan a la isla, estas mujeres son confinadas, durante una semana entera, en un piso que no pueden abandonar bajo ningún concepto y, al mismo tiempo, son obligadas a visionar películas pornográficas durante las 24 horas del día. Finalizada esta etapa reciben la visita de un grupo de hombres que las violan consecutivamente durante un día entero. Uno tras otro”.
Por otro lado, las mujeres originarias de Sudamérica proceden, principalmente, de Colombia, Venezuela y Brasil. Muñoz-Ramos explica que este colectivo “es consciente de que vienen a Mallorca para ejercer la prostitución. Acostumbran a llegar acompañadas de alguna amiga y empiezan a ejercer en un club. Suelen tener estudios, e incluso algunas cuentan con un nivel muy elevado de formación. He llegado a conocer a arquitectas, trabajadoras sociales, comerciales, contables, encargadas de almacén… Por lo general, no se consideran víctimas de trata”.
Hasta ahí los aspectos diferenciales. Otros rasgos son plenamente compartidos por estas mujeres, sea cual sea su país de origen. En este sentido, Muñoz-Ramos expone que suelen ser víctimas “de algún tipo de trauma, que habitualmente ha sucedido en el entorno familiar. En la mayor parte de los casos se trata de abusos que sufrieron durante su infancia, a manos de personas que conocían y que eran de su confianza, y que dejaron una huella permanente en su sistema psicológico y emocional”.
Igualmente, estas mujeres se hallan condicionadas, en palabras de la profesional del Casal Petit, por “la gran responsabilidad de mantener a sus familias, que siguen viviendo en sus países, y a las que cada mes, o cada semana, han de enviar ingentes cantidades de dinero. Una vez fui testigo de una escena espeluznante: una mujer en contexto de prostitución, residente en Mallorca, llamó a su madre, que vive en Nigeria y que desconocía a qué se dedicaba su hija para ganarse la vida. La madre se quejaba de que cada vez le hacía llegar menos dinero, y, como las presiones no dejaban de aumentar, la hija optó por contarle la verdad. La respuesta de su progenitora fue que a ella eso le daba igual, y que no le importaba de dónde sacaba el dinero. Pero que no dejara de enviárselo. ¿Se da cuenta? Estas mujeres están solas. No pueden recurrir a nadie, o a casi nadie. Por eso, desde el Casal Petit nos esforzamos en comportarnos como su familia de adopción y en que nos vean no como una institución que no valora o juzga su comportamiento sino que, simplemente, está a su disposición para cualquier cosa que necesiten”.
Y así es como se conduce Francisca Muñoz-Ramos durante las sesiones que mantiene con estas usuarias. Su labor, según afirma, es “escuchar. Ellas hablan, y yo escucho. Lo que deseo es que se sientan comprendidas y acogidas, y, por supuesto, en ningún momento les pido que justifiquen sus actos. Mi objetivo es llegar hasta ellas, que me cuenten la verdad. O su verdad, para ser más precisos. Y siempre sin juzgar. Quiero insistir mucho en este punto”.
El Casal Petit ofrece acogida a un grupo de población que, por otra parte, no lo tiene nada fácil a la hora de acceder a los circuitos asistenciales del sistema sanitario. Su precaria situación administrativa dificulta aún más esta posibilidad, pero la realidad, como cuenta Muñoz-Ramos, es que sus necesidades de asistencia en materia de salud mental “no hallan acomodo en Atención Primaria, y en cuanto a la consulta del especialista, las listas de espera son inmensas. Además, cuando reciben tratamiento, el protocolo está muy centrado en la psiquiatría farmacológica”.
Sin embargo, el Casal Petit cuenta con los servicios de dos psicólogas que, en palabras de Muñoz-Ramos, “incidimos fundamentalmente en la situación de estrés postraumático que, generalmente, afecta a estas mujeres. Si partimos de la base de que en la génesis de su problema se encuentra, en efecto, un trauma, tendremos que prever la existencia, en las vidas de estas usuarias, de situaciones en el día a día que les recuerdan permanentemente esa experiencia del pasado, tal como puede suceder con cualquier otra persona. Existe, por tanto, un problema de culpa y de estigma, hasta el punto de que hemos tratado casos en los que la mujer niega ser quien es. Me refiero a que lo niega literalmente, incluso a sí misma. En cierta forma, disocia el ‘yo’ que practica ese trabajo con su otro ‘yo’ que percibe como real y auténtico. Tanto es así que no faltan las mujeres que crean un personaje distinto a ellas, al que incluso designan con un nombre distinto, y al que se refieren en tercera persona”.
¿Podría mitigarse, al menos relativamente, el drama que acompaña al ejercicio de la prostitución si esta actividad fuera legalizada? Esa es la opción que se ha escogido en determinados países. ¿Sería una buena idea que también en España, donde la prostitución es alegal pero en ningún caso ilegal, las administraciones apostaran por construir un marco normativo que encauzara este tipo de oferta?
“El Casal Petit no mantiene ninguna postura oficial sobre la legalización o ilegalización de la prostitución”, según asegura Francisca Muñoz-Ramos. Más bien, siguiendo su argumentación, la posición del centro es la de defender políticas que “se centren en la educación de las nuevas generaciones para formar a los jóvenes en visiones diferentes del sexo que redunden en que no consideren a sus compañeras como cosas o mercancías u objetos, sino como personas”.
A esta configuración de la visión del sexo por parte de un número considerable de varones adolescentes o que recién inician la primera etapa de su juventud, ha contribuido extraordinariamente la proliferación de la pornografía, muy accesible hoy en día gracias a Internet y las nuevas vías telemáticas.
Muñoz-Ramos asegura que existe “una relación muy directa entre consumo de pornografía y consumo de prostitución. La población masculina que, a edades muy precoces, incluso a veces antes de la adolescencia, satisface su curiosidad erótica a través de los productos pornográficos, desarrolla un concepto de la sexualidad basado en visualizar a su pareja como un objeto de consumo. Y, bajo esta premisa, la prostitución constituye una alternativa plausible para ellos, ya que el 'porno' les ha mostrado posturas, juegos y técnicas que sienten la necesidad de poner en práctica. Un reciente estudio de la UIB, realizado entre la población universitaria balear, tanto chicas como chicos, dejó constancia de que ambos géneros se decantan por preferencias muy diferentes a la hora de realizar sexo. En otras palabras, las jóvenes desean disfrutar de prácticas diferentes a las que propugnan sus compañeros masculinos, y en eso tiene mucho que ver el mayor consumo de la pornografía por parte de los varones”.
Más allá de estas constataciones, y asumiendo que el Casal Petit no enarbola ningún posicionamiento concreto en el debate, cada vez más insistente, sobre la conveniencia, o no, de legalizar la prostitución, Francisca Muñoz-Ramos deja en el aire una reflexión que conviene tener en cuenta: “Independientemente de la opinión que cada uno pueda mantener sobre este tema, deberíamos interpelarnos sobre hasta qué punto, si de pronto la prostitución fuera considerada un trabajo como cualquier otro, estaríamos dando o quitando oportunidades a estas mujeres. ¿No estaríamos, tal vez, condenándolas a mantenerse ligadas permanentemente a esta actividad, como si fuera su oficio o su especialidad, o sea, el tipo de servicio que están en condiciones de ofrecer al resto de la sociedad? Y, si es así, ¿no estaríamos profundizando en el estigma que arrastra ya de por sí la prostitución? Cada uno ha de llegar a sus propias conclusiones, pero, y vuelvo a reiterarlo, nadie ejerce la prostitución por gusto. Absolutamente nadie”.
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