Ocurrió este miércoles de madrugada. Tres hombres acabaron heridos por arma blanca después de protagonizar una pelea que se desató por la música a todo volumen del altavoz que uno de los implicados portaba.
El joven, de 27 años y nacionalidad colombiana, paseaba con su pandilla por la zona de Marquès de la Fontsanta y, a pesar de las horas, empleaba el aparato de música sin complejos. Consecuencia: vecinos despiertos y enfadados. Una mujer que se encontraba en la calle se lo recriminó y comenzaron a discutir. La pareja de ella, que escuchó la trifulca desde casa, bajó a mediar pero salió mal parado ya que llovieron las patadas y los puñetazos, así que el hombre no lo dudó un instante y subió a casa a por un cuchillo. El otro implicado, por su parte, se armó con una botella de vidrio rota y comenzó la pelea.
Afortunadamente, el suceso acabó con ambos detenidos y el balance de daños se quedó en algunos cortes superficiales pero no cabe duda que, de no haber llegado la Policía con tanta celeridad, podríamos estar lamentando ahora hechos muchísimo más graves. Y todo por un altavoz.
Desde hace pocos años es notorio el aumento del uso de estos dispositivos en vía pública y también en la playa. Cualquiera que pasee por la ciudad o disfrute de un día en la costa habrá sufrido alguna vez la música ajena a todo volumen. La sociedad cambia y evoluciona a pasos agigantados y una de las notas negativas que cada día se evidencian más es el incivismo en los espacios comunes, desde la plaga de graffitis que asola Palma hasta esta moda de los altavoces móviles.
El sentido común y el civismo dicen que, en estos casos, hay que usar los auriculares para liberar a los demás de la música que uno escucha. Pero cuando dicho sentido común y el respeto por los demás -especialmente de noche- no hacen acto de presencia, la acción policial debe ser contundente ya que, de hecho, está previsto en las ordenanzas municipales.
Porque el asunto puede parecer baladí pero el ejemplo de la otra noche en Palma debe servir para tomar nota de la grave reacción social que estos aparatos pueden generar, y más en estos tiempos de desasosiego e intranquilidad por la crisis que atraviesa buena parte de la sociedad. La mecha prende con demasiada celeridad y las consecuencias pueden ser nefastas.
Por ello, convendría que las policías locales se marcasen como objetivo la persecución de estas conductas incívicas y la difusión del mensaje de tolerancia cero. Una sociedad que respeta los espacios comunes es, con seguridad, más próspera que aquella en la que cada uno va por libre.
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