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Mucho demonio suelto

Por Francesca Jaume
miércoles 15 de enero de 2014, 01:03h

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La palabra de los predicadores recreaba mágicamente la terrible peripecia de las tentaciones: el diablo le representaba la felicidad que el mundo daba a sus seguidores, las delicias suaves de la carne, la buena vida y los placeres.


 

No lo digo yo, lo dice Gabriel Janer Manila en Les festes llunyanes.

Sigue sin haber nadie (o casi nadie por si sale algún espontáneo) que cuando viaja diga que es ‘balear’. En efecto, Baleares sigue siendo más un concepto políticoadministrativo que cultural. Tenemos a Menorca en mente para ir a las festes de Sant Joan, a Eivissa para ir de discotecas y a Formentera para ir a descansar anónimamente con el encefalograma plano. Fuera del aspecto lúdico poco queda.

Y hablando de ocio, existe una fiesta que sí que es compartida y sentida en todas las Islas: Sant Antoni. Es la fiesta de invierno por antonomasia, en todos los municipios se celebran ‘foguerons’ y ‘beneïdes’. El paso del tiempo no los ha mermado aunque algunos gusten de torrar la poco atávica chistorra.

En Mallorca, específicamente, el Dimoni gana protagonismo frente a Sant Antoni. Nos gusta el dimoni porque más que miedo nos da alegría. Nos burlamos de él por ser tan feo. Nos reímos de su desgracia, de sus cuernos, de su cola y de sus patas de cerdo. Lo precibimos como un pobre tahúr que, como el Coyote, siempre pierde ante el eremita. Sabemos que en otra vida fue ángel y bien enaltecido, pero su derrumbe no nos da lástima. Es una situación que revela nuestro regocijo congénito por la desgracia del árbol caído.

A la vez, instintivamente, nos llama el ‘macho cabrío’ de nuestro subconsciente. Nos atrae su libertad, su ligereza, su inhibición, su vida fuera de toda restricción… Nos da igual si nos lleva con él al infierno, porque allí radica el vicio. La unión del demonio y el fuego purificador nos atrae como si fuera una necesidad del alma. Nos olvidamos que, él más que nadie, es esclavo de sus pasiones más bajas.

El nuestro es un diablo que nos cae simpático, de hecho, el que se supone que es el club deportivo más importante de Mallorca, tiene a un ‘Dimonió’ por mascota. Sin embargo, si fuera ‘Dimonió’ el único bicho con cuernos y cola que deambula por Son Moix, el club y los aficionados se ahorrarían muchos disgustos.

La celebración ancestral de Sant Antoni marcaba la llegada de los ‘darrers dies’ previos al recogimiento de la Cuaresma. Era la última oportunidad invernal de reír y comer. Qué gracioso nos suena ahora.

 

Corolario: Me dan más miedo los que se creen angelitos.

 
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