Desde hace años, personas sin hogar han encontrado en las torres de vigilancia, las galerías y, sobre todo, en las antiguas viviendas de la cárcel un lugar donde refugiarse. Cientos de personas malviven entre toneladas de escombros y basura, haciendo de este recinto su hogar.
Mallorcadiario.com se ha acercado a hablar con algunos de los residentes en estas antiguas viviendas ubicadas en la carretera de Sóller. Tras varios minutos de espera, una persona nos atiende, aunque prefiere que no se mencione su nombre real ni demasiados detalles sobre su origen. Okupa un piso donde, el siglo pasado, vivían los funcionarios de Sa Pressó.

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En los años 70 vino por primera vez a Mallorca para trabajar en el sector turístico. "En 2008 regresé a la isla y, desde 2017, vivo aquí", cuenta mientras nos señala la puerta de su casa. Nos explica que las condiciones de vida en el recinto son muy difíciles: "No tenemos ni luz ni agua", afirma.
Para abastecerse, los habitantes de Sa Pressó deben acudir a una fuente en el parque de Sa Riera. También nos cuenta que en su bloque hay otros residentes, pero no conseguimos hablar con nadie más. "Enfrente vive un grupo de marroquís", dice. Aunque no hay una relación estrecha con ellos, sí que existe un respeto mutuo y se ayudan cuando es necesario.

La situación se agravó hace dos años, cuando un incendio destruyó la instalación eléctrica ilegal con la que contaban. "Se dice que el incendio lo provocó una persona que vivía aquí, pero yo no puedo confirmar eso", comenta el hombre, quien añade que el suceso estuvo relacionado con un episodio de desequilibrio mental.
VIDAS AL LÍMITE
En nuestro recorrido también encontramos a otro residente. Está descalzo y solo lleva unos pantalones cortos, a pesar de la lluvia y los 11 grados de temperatura. Se encuentra organizando chatarra en un espacio entre los bloques, donde el Ayuntamiento solía recoger residuos, pero hace meses que no lo hace. En la parte trasera del edificio se acumulan plásticos y escombros.
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Para llegar hasta él, atravesamos un basurero improvisado entre ambos bloques. Al cruzar la verja oxidada, el ambiente es tranquilo, aunque se percibe el eco de un pasado que no ha terminado de desvanecerse. Caminamos entre pasillos que han cambiado su función con el tiempo: de celdas a improvisadas viviendas, de patios de reclusión a espacios donde la vida sigue su curso de otra manera. Y es aquí donde nos encontramos con Pepi.
LA HISTORIA DE PEPI
Una mujer de mirada despierta nos recibe con una sonrisa. Lleva diez años viviendo aquí, en lo que una vez fue la residencia de los funcionarios de prisiones. "Nosotros sabíamos que esta parte no la iban a tirar", dice con seguridad, mientras se apoya en la pared de su hogar.

Pepi es valenciana, pero Palma se ha convertido en su refugio. Tras años de dificultades, pronto se mudará a un piso en Plaza Madrid. "Pero no voy a dejar esto", asegura, señalando una pequeña colonia de gatos que merodean cerca. "Ellos también dependen de mí".
El bloque donde vive Pepi alberga a unas siete personas, aunque el recinto tiene muchos más habitantes, de orígenes diversos: rusos, ucranianos e indios. Algunos han encontrado aquí una alternativa a la falta de vivienda, mientras que otros, denuncia Pepi, han caído en redes de abuso y explotación.
"En la otra parte de la cárcel hay mafias que cobran 200 euros por dejar a la gente vivir allí", dice con indignación. La precariedad es evidente: no hay agua potable, por lo que deben recorrer largos trayectos con garrafas hasta un parque para abastecerse.
A pesar de todo, Pepi no se rinde. Ha encontrado apoyo en organizaciones como la Cruz Roja y Médicos del Mundo, donde acude cada semana para reunirse con otras mujeres, recibir información y, de paso, hacer uso de las duchas y la lavandería. "Nos ayudan mucho", admite.
El futuro de la cárcel es incierto. "Dicen que la van a tirar, dicen que no... depende de quién esté en el gobierno", comenta. Antaño hubo planes para convertir el espacio en un centro cultural, pero la política y la burocracia han postergado cualquier decisión concreta. Ahora, hay rumores de que podría vincularse a Son Busquet y al ámbito militar.
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Mientras tanto, Pepi espera su nuevo hogar. "Entre abril y mayo me dan la llave", dice, mostrando con orgullo la ubicación de su futuro piso. "Es pequeño, pero para una persona está bien". Aunque el cambio le traerá estabilidad, insiste en que no piensa desvincularse por completo de la cárcel. "Aquí tengo a mis gatos, a mi gente", dice con una mezcla de nostalgia y determinación.
EL AYUNTAMIENTO Y SU POSTURA
Mallorcadiario.com ha consultado al Ayuntamiento de Palma, que ha confirmado que, por el momento, no existe un proyecto definido para el futuro de la antigua cárcel.
Hace apenas unos meses, alrededor de 60 personas vivían en el recinto. Sin embargo, la cifra ha aumentado considerablemente, y actualmente se estima que unas 200 personas han encontrado refugio en sus instalaciones.
En los últimos tiempos ha circulado el rumor de que los residentes serían desalojados y reubicados en viviendas, pero desde Cort desmienten esta información. Aclaran que, hasta que no haya un proyecto aprobado, no se llevará a cabo ninguna acción en este sentido.
Cuando se apruebe un plan definitivo, las personas que viven en la cárcel serán desalojadas y derivadas a los servicios sociales, donde se estudiará cada caso de manera individual para valorar las posibles soluciones habitacionales.