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Aranceles y otros impuestos que no se llaman impuestos

Por Pep Ignasi Aguiló
martes 11 de marzo de 2025, 05:00h

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Donald Trump ha puesto de moda los aranceles, esto es, los impuestos a la importación de productos (bienes y/o servicios) extranjeros. Sin embargo, vivimos en una época en que el lenguaje se utiliza para cambiar la percepción de la realidad, por lo que denominarlos aranceles, en vez de sugerir tributos, dan pie a instalar en la mente de los votantes que serán otros los que los acabarán soportando, aunque, por supuesto, no sea así. Todos los impuestos conllevan lo que los economistas denominan “una pérdida irrecuperable de eficiencia”.

Es seguro que el flamante presidente de los Estados Unidos no sepa quien fue Amós Salvador Rodrígáñez quien perfeccionando la técnica nomenclativa, y siendo ministro del gobierno español del liberal Moret en 1906, estableció un gravamen que bautizó, nada más y nada menos, como “Arancel industrializador”. ¿Quién podía oponerse a una gabela tan benéfica? Por si esto fuera poco, ha pasado a la historia, - jugando con su propio nombre-, como “Arancel Salvador”, que tampoco está nada mal. Con ministros así de ingeniosos no es raro que España fuera netamente proteccionista a pesar de las consecuencias perniciosas de esa política.

Para cualquier responsable de la cartera de hacienda los impuestos que no se llaman impuestos son un auténtico caramelo. Las arcas públicas siempre necesitan más emolumentos, pero incrementar los tributos supone correr el riesgo del rechazo social. ¡Cuántas revoluciones han estallado por un incremento de la fiscalidad!

Por supuesto, existen muchos otros tributos que no se llaman así, como las contribuciones a la seguridad social (que además se esconde en la nómina), la ecotasa, la tasa google, los costes regulados de la electricidad, el canon del agua, y, sobre la inflación. A ellos suelen recurrir los hacendistas con la finalidad de evitar que los conozcan su voracidad. La imaginación no tiene límites ni en el viejo y envejecido continente, pues en la UE a los impuestos sobre importaciones los denomina “medidas de defensa comercial”.

En este sentido la política tributaria de Trump no parece muy diferente a la mayoría de responsables de las muchas haciendas de los diferentes gobiernos españoles. Como aquí, en los Estados Unidos tienen un problema con su monumental deuda que, además, no para de crecer, ya alcanza la escalofriante cifra de 37 billones de dólares. Por supuesto esa deuda aumenta alimentada por los déficits gubernativos destinados a sufragar una miríada de gastos civiles y militares que lastran la competitividad de las empresas de aquel país.

Como en España no son pocos los tratadistas que aconsejan reducir los tributos que desincentivan la producción, el ahorro y la inversión, al tiempo que aconsejan incrementar los que desincentivan el consumo. Aquí, en 2014 se publicó el “Informe Lagares” que aconsejaba realizar una reforma fiscal en esta dirección. Unos años antes, en 1998, otra comisión de expertos aconsejaba lo mismo, sin embargo, la experiencia ha demostrado que no hay ni habrá gobernante que se atreva a incrementar el IVA reducido.

En este sentido el deslenguado y bronco presidente parece que tiene la intención, aunque a menudo pasa desapercibida, de evitar continuar con el incremento acelerado de la deuda de su nación. Lo cual pasa por intentar un reequilibrio presupuestario. Reequilibrio que, a su vez, implica realizar tanto una drástica reducción de gastos civiles, y sobre todo militares, como simultáneamente incrementar los ingresos tributarios que no afecten al ahorro y a la inversión. De hecho, vale la pena estar atentos a la estructura que acabarán teniendo los aranceles trumpistas, pues a buen seguro recaerán más sobre bienes de consumo que sobre los de capital, siguiendo la propia estructura de las importaciones norteamericanas. Y si esto es así, un incremento de los aranceles no generará inflación, más bien se puede esperar que ocurra lo contrario, ya que son los déficits presupuestarios los que están en la raíz de la degradación del dinero.

La deuda es el auténtico “elefante en las cacharrerías” de las democracias occidentales al poner en juego todas las promesas de futuro. Los países que van ganando cada vez más terreno transitan la senda en la dirección contraria.

Más allá de la utilización de los aranceles como herramienta de negociación geoestratégica, reequilibrar los presupuestos públicos nunca ha sido una tarea sencilla, y con frecuencia, sólo se ha podido alcanzar ese objetivo tras superar etapas convulsas o incluso traumáticas. Trump, con sus estrafalarias formas, y con sus impuestos que no se llaman impuestos, parece que quiere intentar esa difícil tarea.

Los líderes europeos, por su parte, insisten en seguir su huida hacia adelante auto-justificados con la excepcionalidad de causas concatenadas (pandemia, guerra de Ucrania, incremento gastos militares, etc.) para no encarar las reformas encaminadas a ajustar sus presupuestos.

Ya en clave nacional, está política europea le va a seguir proporcionando aire a Sánchez. Sobre todo, sí Feijóo la respalda sin reclamar antes elecciones. De hecho, me inclino a pensar que, si el líder del centrista se suma a las propuestas de Von der Leyen sin más, estará renunciando a alcanzar, algún día, la presidencia del gobierno.

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