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El surfista aficionado

Por José Manuel Barquero
domingo 23 de febrero de 2025, 08:41h

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Frente a la costa de Nazaré, en Portugal, se extiende un cañón submarino de unos 5000 metros de profundidad y 230 kilómetros de longitud. Entre los meses de octubre y marzo, la combinación de viento y mareas sobre ese canal genera una de las olas más grandes del mundo. Es un espectáculo observar desde tierra firme cómo se levantan aquellas paredes líquidas, que pueden alcanzar los treinta metros de altura. Son olas sólo aptas para surfistas profesionales. Si un aficionado se atreviera a montar con su tabla semejante masa de agua, seguro que acabaría con el espinazo partido. Esta es la impresión que tengo yo con Santiago Abascal, que se puede partir la crisma subido a la gigantesca ola populista generada por Trump. Abascal sigue demostrando que carece de la inteligencia y, sobre todo, de la independencia de criterio necesarias para llegar a la orilla electoral con la fuerza de Orban, Le Pen, Meloni o Milei.

El líder de Vox ha asistido esta semana a una conferencia organizada en Washington por el partido republicano para, entre otras cosas, aplaudir las falacias de Trump sobre la guerra en Ucrania: el país agredido convertido en agresor, el país agresor convertido en víctima de la OTAN y de la política errática y cobarde de la Unión Europea, Zelenski un dictador, Putin un actor rehabilitado en el tablero internacional… y en este plan. A mí me parece que esta es una ola demasiado grande para surfear por un amateur entre el electorado de derechas en España, que no es el de Hungría, ni el de Francia, ni el de Italia, países todos ellos donde han desaparecido demoscópicamente los partidos de centroderecha.

Hace ya unas semanas que Marine Le Pen ordenó a sus diputados que contuvieran la euforia en sus declaraciones sobre la victoria de Trump. La líder de Agrupación Nacional sabe que, antes o después, la guerra de aranceles desatada por el presidente de Estados Unidos va a golpear la economía francesa, especialmente a su sector primario. Pero hay más. Su joven delfín, Jordan Bardella, canceló el jueves su discurso en la convención republicana después de que Steve Bannon, uno de los principales ideólogos del trumpismo, levantara el brazo en la tribuna de ese mismo foro imitando el saludo nazi. Aunque fuera una simple provocación, la extrema derecha francesa consideró que la broma era demasiado pesada para el gusto de un país que vio desfilar los tanques de Hitler por los Campos Elíseos. Le Pen, surfista profesional, se baja de esa ola trumpiana entusiasta para no abrirse la crisma en las próximas elecciones presidenciales.

En Italia, Meloni flirtea con Trump para salvar a su país de los aranceles, pero pone pie en pared cuando se trata de Ucrania. Con Putin, ni a heredar. Esa es la raya roja en un país que padeció en sus carnes las consecuencias del totalitarismo fascista, tan nefasto como el comunismo o el nacionalismo expansionista que hoy abandera Putin. La líder de Hermanos de Italia tiene claras sus ideas para combatir la inmigración irregular, la agenda verde y el moralismo woke, pero no pierde un segundo en tontear con un sátrapa ruso que amenaza las fronteras y los valores de Europa. Meloni, como Le Pen, advierte el peligro de subirse alegremente a la ola de Trump, y acabar estampada en las rocas electorales de 2026.

Abascal se mira en el espejo de Le Pen y Meloni, pero, aunque lleva toda su vida en política, no es un surfista profesional. Cuando el líder de Vox, por el motivo que sea, pastelea con las posiciones prorrusas de Orban, sitúa a su partido en una posición imposible de entender para una parte de su electorado, que ni es fascista ni siente simpatía por un autócrata que mamó de las ubres del KGB soviético. Eso sí, da oxígeno a un Sánchez boqueante.

Los estrategas internacionales que susurran al oído de Abascal son un peligro para la democracia liberal, pero no son gilipollas. Saben perfectamente que, en España, no se va a producir en dos años un vuelco electoral en el espacio sociológico de centro derecha a favor de Vox. Por tanto, la lectura es otra. La derecha radical en España ha renunciado a un proyecto para favorecer a corto plazo la alternancia política. En otras palabras, su objetivo inmediato ya no es desalojar a Pedro Sánchez del poder, ni siquiera influir en las políticas del PP, como ha demostrado abandonando los gobiernos autonómicos. Alguien ha convencido a Abascal que en seis años podrá ser como Le Pen, Orban, Meloni o Trump, y ganar las elecciones en España. Y en ese camino, el mayor obstáculo no es Pedro Sánchez en la Moncloa, sino Feijóo como presidente del Gobierno.

Va quedando claro que Sánchez y Abascal se necesitan desesperadamente para sus proyectos políticos. Lo que deben plantearse los votantes de Vox, son dos cuestiones: la primera, cuál es el orden de prioridades en España, enviar a a la oposición al presidente más nefasto de la democracia en España, o intentar poner a Abascal en la Moncloa dentro de seis años. La segunda pregunta, cómo quedarían nuestras instituciones democráticas con seis años más de Sánchez al frente del gobierno. Les aseguro que esta última cuestión no se la plantean los asesores internacionales que generaron la ola de Trump. Cuanto más se estropea un país, mas crece la ola.

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