Anoche comencé a entender la nueva política. Estaba tirado en el sofá, pasando con el dedito los vídeos que ocasionalmente te ofrece Twitter, y lo vi. Unos tipos bastante gamberros estaban jugando a ping-pong de una manera peculiar: habían serrado la mesa por la mitad, y ahora cada parte era independiente y móvil. Cada equipo constaba de un jugador que tiraba bolas y otro que movía la mesa e intentaba que la bola lanzada por el otro equipo (que intentaba que cayera fuera) cayera dentro. ¡Eso era! Fue como un fogonazo. El campo común y estable había desaparecido y las viejas reglas se habían volatilizado, y era la alegoría de nuestra política que necesitábamos para explicar nuestro desconcierto. Fíjense en esa mesa móvil en que Álvaro García Ortiz ha convertido a la fiscalía general. Ha abandonado su estable posición tradicional («promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público», según ese texto anticuado llamado Constitución) y ahora se mueve ágil por la pista intentando que las bolas de Sánchez (discúlpenme) caigan en ella y así «no perder el relato». En realidad la mesa móvil es el cambiante relato que sustituye a la aburrida mesa fija llamada realidad, que estaba sometida a los hechos y era evaluada desde las convicciones.
Ya ven ustedes la magnitud de la complicación. El problema de los tres cuerpos describe un mundo en el que, de repente, las reglas físicas dejan de funcionar. ¿Se imaginan que la gravedad ya no actuara, y las cosas cayeran hacia arriba? Pues algo así nos pasa en la política española. En el libro de Liu Cixin el problema es causado por unos extraterrestres, y en el cuento chino español la culpa exclusiva es de Sánchez, y esto es lo más perturbador. ¿Cómo es posible que un simple discapacitado moral haya podido poner todo patas arriba? ¿Qué es lo que explica que haya sido seguido, no sólo por una caterva de jetas, sino por un impresionante número de votantes? En ese sentido la política española tal vez recuerde más a la película Bienvenido Mister Chance, en la que otro discapacitado se pone a decir simplezas que una parte considerable de la sociedad interpreta erróneamente como cosas profundas.
Por supuesto no es que la realidad haya dejado de funcionar. En el momento en que la mesa móvil del Gobierno nos intenta mostrar al fiscal general como un gladiador de la verdad, que lucha contra el novio defraudador de Ayuso y por desmentir un «bulo», la realidad le da un bolazo en la cara en forma de WhatsApp: ese en el que Víctor de Aldama negoció sus chanchullos directamente con el jefe de gabinete del Ministerio de Hacienda, sin pasar por fiscalía y ni siquiera por cita previa. Pero el problema de las dos mesas acaba difuminando todo: cuando las mesas son móviles su posición ya no se define con respecto a un punto estable (la realidad) sino relativo, en función de la posición de la otra mesa. Es decir, los movimientos de una mesa determinan la posición relativa de la otra, y así el movimiento del fiscal general (actuando como apéndice de Sánchez para destruir a un adversario político) implica la gigantesca irresponsabilidad de poner bajo sospecha al poder judicial, que se obstina por mantenerse estable y sujeto a las antiguas reglas. Sánchez y el Fiscal General saben que, al final, si se pierde alguna bola ya la recogerá ese recogepelotas llamado Cándido Conde Pumpido desde el Tribunal Constitucional.
«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada» decía Hanna Arendt, y añadía que «un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal». «Un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras», dictaminaba, y es exactamente eso. En fin, es lo que hay, y tal vez por eso el Partido Popular ha decidido empezar a mover también la mesa y votar a favor lo que dijo que votaría en contra. Es una maniobra que parece suicida, porque en el campo del relativismo jamás van a poder competir con Sánchez. Yo, la verdad, echo de menos esos tiempos estables en los que la mesa no se movía, y en los que regían la verdad, las convicciones y los aburridos hechos.