¡Ah, el arte de gobernar! Ese noble ejercicio que en manos del gobierno de Pedro Sánchez se ha transformado en un espectáculo digno del mejor teatro del absurdo. Y es que el recién aprobado decreto ómnibus es la joya de la corona en esta colección de decisiones incomprensibles que, a todas luces, parece regirse por la máxima de que cuanto más absurdo, mejor.
Primero, hablemos de la inquietante figura del “inquiokupa”. Sí, ese híbrido entre inquilino y okupa que ha encontrado en este decreto su más férreo defensor. Porque, claro, pagar el alquiler está pasado de moda. ¿Quién necesita cumplir con sus obligaciones contractuales cuando tiene al Gobierno de su lado dispuesto a protegerlo? Gracias, señor Sánchez, por enseñarnos que el esfuerzo y la responsabilidad son valores obsoletos en la España moderna.
Ahora, los propietarios podrán dormir tranquilos sabiendo que no solo no podrán recuperar su propiedad, sino que además el Estado se compromete a cubrir los impagos y desperfectos causados por estos nuevos héroes nacionales. ¡Qué alivio! Nada dice más “Estado de Bienestar” que subvencionar la picaresca mientras se penaliza a los que, ingenuamente, pensaron que sus derechos de propiedad estaban garantizados.
Pero no nos quedemos en lo pequeño, vayamos a lo grandioso, lo magnificente. El regalo que el Gobierno ha tenido a bien ofrecer al Partido Nacionalista Vasco (PNV): un palacete en la Avenida Marceau de París. Porque nada une más a los españoles que ver cómo se premia a quienes, siempre tan comprometidos con la unidad nacional, reciben mansiones en el extranjero. ¡Feliz Navidad, PNV! ¡Que disfruten de su nueva residencia en la ciudad del amor! Y mientras tanto, aquí seguimos, algunos con dificultades para llegar a fin de mes, pero al menos consolados por el saber que nuestros impuestos se destinan a gestos tan generosos y desinteresados.
Es encomiable la habilidad del Gobierno para contentar a sus socios con regalitos, como un moderno Papá Noel pero sin el incómodo detalle de preguntar si uno ha sido bueno o malo. Porque ser nacionalista tiene premio, y si es necesario agasajar con propiedades en el extranjero para asegurar una votación favorable, ¿por qué no? Total, es solo dinero público.
El decreto ómnibus, tan lleno de sorpresas como un huevo Kinder, también resucita medidas destinadas a contentar a los de siempre. Porque en este país, lo importante no es ser un ciudadano respetuoso de la ley, sino tener los contactos correctos en Moncloa. Así se construye la España del futuro, a base de injusticias que nos recuerdan que algunos son más iguales que otros.
Aplaudimos, pues, la creatividad del presidente Sánchez y su equipo. No todo líder es capaz de transformar un mecanismo legislativo en un manual de cinismo político. Con cada decreto, nos queda más claro que los valores tradicionales como la responsabilidad, el esfuerzo y el respeto a la propiedad privada son reliquias del pasado, a sustituir por la nueva triada gubernamental: favoritismo, clientelismo e impunidad.
Así que, queridos conciudadanos, no se alarmen si mañana encuentran a alguien instalado en su casa; simplemente comprendan que están viviendo en la España moderna, donde la okupación es casi un derecho y los palacetes en París son el agradecimiento mínimo a los socios leales. Al final, todo es cuestión de perspectiva. Y desde el balcón del palacete parisino, las cosas se ven de maravilla.