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Sant Sebastià: popular, pero sin alma

miércoles 22 de enero de 2025, 12:11h

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Al eterno debate de si Palma merece programar unas fiestas en una época con mejor climatología -porque estas fechas acostumbran a ser las más desangeladas del año-, que inviten a la participación de la ciudadanía sin tener que estar pendientes del barómetro, hay pocas cosas que aportar, pero, no obstante, lo intentaré.

El patrón de Palma, al contrario que nuestro Sant Antoni de la part forana, no ha sido jamás un personaje objeto de veneración popular, esa es la verdad. La devoción religiosa del colectivo creyente palmesano -en franco declive- se ha orientado hacia el Crist de la Sang, la beata Catalina Tomàs, la Mare de Déu de la Salut o, como muchos otros mallorquines, por la Mare de Déu de Lluc.

Las fiestas de Palma tuvieron un marcado sentido oficial hasta mediados de los años setenta, sin que incorporasen celebración popular alguna. Se libraban los premios Ciutat de Palma y las autoridades acudían a la Seu para el oficio religioso de rigor, y poco más.

Durante la Transición, al tiempo que se recuperaban otros festejos como Sa Rúa, algunos jóvenes comenzaron tímida y espontáneamente a celebrar un remedo de Sant Antoni, con foguerons, torrades y xeremies, en la Plaça Major.

La política, que acaba parasitando y patrimonializándolo todo, hizo lo demás.

La participación fue en aumento desde el primer mandato del alcalde Ramon Aguiló y, durante estos más de 40 años, ha experimentado altibajos, especialmente debidos a la climatología y a una programación musical más o menos atractiva. Pero se celebra Sant Sebastià como se podría estar celebrando cualquier otra efeméride. Y esto no cabe achacarlo siquiera a la progresiva laicización de la sociedad. En realidad, fue siempre así.

En los últimos años, sin embargo, organizaciones políticas de la extrema izquierda y colectivos alternativos intentan convertir la imagen de Sant Sebastià en un icono, desprovisto de connotaciones religiosas, de la causa gay, actualmente conocida como LGTBIQ. Cada uno es libre de adorar el vellocino de oro que le plazca, pero hacerlo con la intención de ofender a los fieles católicos me parece mezquino.

En esta ocasión, se ha recurrido a un cartel que personalmente no me escandaliza lo más mínimo -al contrario que a ciertos políticos-, pero que tampoco pasará a la historia del arte como ejemplo de nada.

A decir verdad, tampoco me ha gustado el cartel oficial, por más reconocido que fuera su autor.

Las fiestas de Palma han supuesto un notable éxito de participación -desde la pandemia, la gente no perdona una-, lo que las convierte por méritos propios en muy populares. Pero, al mismo tiempo, carecen de alma o arraigo sentimental, porque Sant Sebastià no es ni el Sant Joan de Ciutadella, Alicante o Barcelona, ni el San Fermín pamplonés, ni el San Isidro o La Paloma madrileños, ni el Sant Antoni de Sa Pobla, ni la Mare de Déu dels Àngels de Pollença. En todos estos casos, los participantes saben perfectamente qué celebran. Y en Palma, afortunadamente, ya no tenemos peste de la que librarnos.

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