Para mí, el edificio de Gesa siempre ha representado, y creo que siempre representará, la arquitectura del Poder. Ciertamente, el Poder necesita ser reconocido y reconocible, por lo que se envuelve de símbolos visibles. Éstos pueden ser un simple bastón de mando, una ostentosa capa de armiño, una lujosa limusina blindada, una cómoda butaca del Falcón 900, o cualquier otro. De esta manera, cuando el Poder pretende, además, desafiar al paso del tiempo recurre a la arquitectura.
La Catedral de Mallorca, el Palacio de la Almudaina y el imponente Castillo de Bellver son, sin duda, claras representaciones del Poder, ocupando los enclaves más privilegiados de la bahía. Un poder basado en ejércitos de reclutamiento para la conquista sufragados con tributos mínimos. Un poder antiguo de tipo militar y eclesiástico heredado que más tarde se consideraría insuficiente.
Las élites circulan, como señaló Vilfredo Pareto, y siempre quieren más, nunca están del todo satisfechas. Así, las nuevas desafiaron a las antiguas para consolidarse con más privilegios creando ejércitos permanentes que requieren de flujos impositivos de mayor cuantía y, sobre todo, también constantes.
El majestuoso edificio barroco de Cort es un ejemplo de cómo una nueva institucionalidad quiso tener su propio edificio emblemático y reconocible. La consolidación del Estado-Nación español necesitaba mostrarse adaptando su presencia a las características de cada una de sus grandes ciudades. Palma, sin duda, era una de las principales por lo que tenía que tener un inmueble a la altura. De esta forma, el alcalde, además del tradicional bastón, tenía ahora unas impresionantes escaleras y una espléndida fachada con balcón para realzar su posición de preeminencia.
Poco a poco, los modernos estados-nacionales fueron acumulando más poder y más poder, hasta tal punto que, rivalizando entre ellos, o entre las élites que lo pretendían ocupar, llegaron a provocar las más terribles guerras de la historia de la humanidad. España desgraciadamente no sería una excepción.
Cuando por fin llegó la paz, las élites encontraron una renovada fuente de legitimidad en las técnicas para el fomento del bienestar de las gentes, promoviendo servicios que ayudarán a mejorar las condiciones de vida. Es la época de las empresas públicas fundamentadas en supuestos monopolios naturales de cierta complejidad. El transporte de mercancías y personas, el agua corriente domiciliaria, la electricidad, el gas canalizado, la telefonía, las finanzas, etc, se convirtieron en los emblemas de la nueva época cuyas capas más elevadas ostentaban admirados títulos universitarios, con frecuencia, asociados a la ingeniería.
Estas empresas, podían enviar a sus funcionarios de menor nivel a todos los hogares para cobrar sus recibos todos los meses del año. Nadie podía determinar si sus precios eran o no abusivos. Una fórmula parecida a la de los tributos. Por eso se convirtieron en el lugar preferido por los estamentos sociales más elevados de aquel tiempo. Y, como hemos visto, unas nuevas élites necesitan un nuevo símbolo de poder. Un moderno edificio de vidrio dorado frente a la catedral, en el centro de la bahía, resultaba ideal. No importaba que su estética rompiera con la tradición, ni sus costes de mantenimiento fuesen exorbitados. Gesa privilegiaba a todos sus trabajadores, fueran del nivel que fueran, con electricidad gratis. El poder de monopolio aseguraba que la factura la pagarán los no-privilegiados.
Con la llegada de la Comunidad Autónoma se abrió un nuevo “nicho” para las élites. Gesa y otras empresas similares podían ser relevadas en esa función. Tal vez por ello se dejó de hablar de “monopolios naturales” para pasar a hablarse de privatizaciones y de competencia empresarial en beneficio de las mayorías. Desde la década de los ochenta del siglo XX la legitimidad de los privilegios se fundamenta, en nuestra comunidad, en el sufragio universal, no en la técnica ni en los técnicos. Así, el edificio de Gesa se convirtió en un zombi arquitectónico.
Una vez más, el nuevo Poder, ahora autonómico, quería sus propios símbolos. Para aparentar anterioridad a la constitución del estado-nación español se rehabilitaron antiguos edificios medievales, aunque siempre se deseó contar con un inmueble de grandes dimensiones y bien situado. El Palacio de Congresos se convirtió inmediatamente en el objeto de los deseos de la nueva élite, a pesar de contar con centros de reunión privados más que dignos. Pero entre ambos estaba, -estorbando-, el emblema del antiguo poder de los técnicos.
Desde entonces, las más recientes élites han ambicionado, de una manera u otra, el símbolo de aquel poder eléctrico. Además, desde hace un tiempo, las autoridades de la comunidad, a imagen y semejanza de las nacionales e internacionales, rechazan tomar aquellas decisiones que les puedan suponer un coste. Por lo que una y otra vez vuelven a recurrir a la autoridad de supuestos técnicos.
En definitiva, como decía al principio, cada vez que veo el cúbico, dorado e insostenible edificio de Gesa, no lo puedo evitar, sólo veo un símbolo más de poder, aunque su legitimidad haya cambiado. Luego me acuerdo que el Poder se basa en sustraer recursos a muchos para privilegiar a algunos.