www.mallorcadiario.com

Atender a la condición humana

Por Gregorio Delgado del Río
sábado 04 de enero de 2025, 05:00h

Escucha la noticia

Desde mi experiencia existencial, hay dos cosas que el ser humano necesita:

confianza total en uno mismo ante la vida, ante los demás y ante la realidad así como tener claro qué es lo que le otorga sentido a su existencia y actividad de tal forma que se eleve a la categoría de objetivo por el que luchar. Cada cual, dueño de su destino, es libre de ‘arriesgarse en un sí’ (Hans Küng) incondicional al proyecto de vivir como Jesús y, a partir de semejante ‘atrevimiento’, aunque aparezcan dificultades y obstáculos, ‘no mirar atrás’ (Dag Hammarskjöld). Este proyecto de vida se concreta en atender a la condición humana.

En la concepción del cristianismo, en contra de la opinión de Léon Bloy, todo ser humano puede saber qué ha venido a hacer en este mundo. En efecto, es posible, a través de la capacidad y energía, don divino, que todos atesoramos pues fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1, 26-27), buscar y encontrar a Dios (Elaine Pagels, Más allá de la fe). Sólo es necesario “no dejar de buscar hasta que encuentre” (Evangelio según Tomás, n. 2). En vez de acallar la ‘inquietud’ del corazón (San Agustín), tener el coraje de responder al anhelo y al deseo gravado en nuestro interior más íntimo. Esto es, “mantener vivo el fuego que arde dentro de nosotros” (Francisco). Nos lo dijo el propio Jesús: “Cuando saquéis lo que hay dentro de vosotros, esto que tenéis os salvara” (Evangelio según Tomás, n. 70).

Como he subrayado en estas reflexiones de Navidad, lo singular, la auténtica genialidad del Evangelio, la verdadera originalidad de su mensaje, residió, en mi opinión, en que la actividad de Jesús no se centró en lo sagrado sino en lo profano, en lo humano, en lo social, en las relaciones entre los humanos (Manuel Delgado). Esto es, en aliviar el sufrimiento de cuantos se acercaban a Él, en devolver la salud y en sanar a los enfermos que le traían, en subvenir a las necesidades más perentorias de quienes le escuchaban, y en prestar una cuidadosa atención a las relaciones humanas (Se pueden encontrar múltiples referencias en G. Delgado, La despedida de un traidor, págs. 228-244).

Es evidente que a Jesús le interesó y preocupó la vida, la dura vida, de cuantos le seguían. De este modo reorientó la religión hacia otros derroteros. Dedicó la mayor parte de su tiempo a aliviar tanto sufrimiento humano. A esto estamos llamados nosotros: a paliar el sufrimiento humano, con independencia de la causa que lo provoque. Se trata de estar cercanos a quienes sufren por la pérdida de un familiar, por una enfermedad grave del amigo o del compañero de trabajo, por un despido laboral, por un divorcio y sus efectos a veces traumáticos, por los abusos sexuales sobre menores y personas vulnerables, por tantas violencias como campean en esta sociedad, por vivir en coherencia con la propia identidad sexual, etc., etcétera. Jesús siempre lo antepuso a lo religioso.

Nos recuerda Castillo que “aquellas gentes acudían a Jesús porque en él encontraban respuesta a sus carencias y aspiraciones más hondas y más profundamente humanas: la salud, la comida y sobre todo la acogida y la necesidad de que alguien nos comprenda, nos respete, nos quiera, tal como somos y tal como vivimos”. Ahora la gente no busca religión. Más bien, busca humanidad. Esto es, busca (pensemos en tantas periferias existenciales, o en el fenómeno de la inmigración, o en la insultante pobreza en que vive una parte de la humanidad, incluso en la propia ciudad en que moramos), remediar situaciones de extrema necesidad, con dificultades reales para sobrevivir y sacar adelante la propia familia. Francisco quiso “poner a los pobres en el centro” mismo de la vida cristiana (EG 186-216). Es lo que reclama el Evangelio. ¿Y tú, católico a la vieja usanza, qué haces para aliviar, dentro de tus posibilidades, tales situaciones de pobreza? Eso sí, ayuda en silencio, “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha” (Mt 6, 1-4).

Nos dice Jesús (Mt 25, 31-46 ) que “Dios se funde y se confunde con lo humano, de tal forma y hasta tal punto, que lo que se haga o se deje de hacer con cualquier ser humano, en definitiva, a quien se le hace o se le deja de hacer es a Dios” (Castillo). No seremos valorados por los rituales que hayamos presenciado, por los rosarios que hayamos recitado, por las ideas que hayamos profesado ni por las actos a que nos hayamos sometido. Seremos valorados por nuestro comportamiento humano.

Lo profano, lo humano, nos lleva a Dios, da sentido pleno a nuestras vidas. Y al final, como invocó Nietzsche, nuestra última felicidad: “El eterno anhelo del ser humano” (Hans Küng).

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios