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Entre el "me encanta" y el "me agobia"

domingo 05 de enero de 2025, 05:00h

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Fui a casa por Navidad y estuve viendo fotos antiguas, de cuando era pequeña. Me topé con una que me marcó especialmente. No recordaba haberla visto antes. En la foto se ve a una pequeña Elisa, quizá de unos 2 o 3 años, con un vestido veraniego de colores y un gorro rojo. Miraba a la cámara con una mezcla de desdén y ganas de sonreír. Al verla, tuve que reír. Esa expresión, a medio camino entre el “me encanta” y el “me agobia”. Claramente, es una expresión que me he visto en el espejo muchas veces en estos 31 o 32 años que han pasado desde entonces.

Es curioso cómo una simple foto puede hacerte viajar en el tiempo, no solo para recordarte quién eras, sino también para confirmar que hay cosas de ti que jamás cambiarán. Me miro a mí misma, tan pequeña, con esa expresión de no saber muy bien si la situación —en la que la cámara me enfoca— me hace feliz o me agobia, y me doy cuenta de que me he visto en situaciones similares muchas veces. Supongo que eso de crecer, de madurar, de hacerte adulta, viene con esa sensación. Imagino que no soy la única que ha pasado por la vida viviendo momentos en los que no sabía si sonreír o morirme del asco, ¿no?

La cuestión es que, cuando vi esa foto, me tuve que reír al entender a la primera la expresión que tenía. También me detuve un segundo a pensar en situaciones en las que me sentí así de nuevo. Esto, automáticamente, me llevó a analizar mi vida de golpe. Cuántas cosas han pasado, cuántas cosas he vivido. Qué fuerte. Si no me paro a pensarlo un momento, ni siquiera sería consciente de que todo lo que he vivido es mío, o sea, mi vida. A veces parece que es una película escrita e interpretada por otros. ¿Os pasa?

Hay un vértigo en pensar en todo esto. En cómo, a menudo, no nos damos cuenta de lo que llevamos vivido hasta que algo tan sencillo como una foto nos hace frenar. Es como cuando encuentras un viejo diario y, de pronto, los recuerdos olvidados vuelven a ti con más detalle

del que esperabas. Paso de no pensarlo, de creer que solo he vivido las cuatro cosas “importantes” que más recuerdo, a detenerme en cada momento. Entonces me doy cuenta de que han pasado muchas más cosas de las que emergen en la “superficie”.

Por ejemplo, ¡cuánta gente ha pasado por aquí! De puntillas o haciendo mucho ruido. Dejando huella en forma de sonrisa o en forma de cicatriz. Ha habido personas que me han girado todo 180 grados, otras que me han enseñado caminos o regalado mapas. Algunos me siguen acompañando a día de hoy, pero muchos me han abandonado, se han perdido o los he tenido que dejar atrás. Cuántas personas con las que he llorado o que me han hecho llorar. A esas personas también las recuerdo a veces, no pasa nada. Cuántas personas con las que he reído y hoy ni siquiera sé dónde están, pero los recuerdos los llevo aquí.

Cuántos momentos de incertidumbre, de sentirse perdida, de agobio y de no ver la salida; pero también momentos de alegría, de lograrlo, de sentir cómo avanzo. Sin duda, de todo y mucho. Pero qué maravilla ser capaz de pensar en todo ello y estar orgullosa y agradecida de que todo eso y todas esas personas formen, o hayan formado, parte de mi vida.

Me doy cuenta de que en todos estos años que han pasado entre la foto y hoy, he pasado por un centenar de versiones diferentes de mí misma. Como todos, imagino, pero aun así me parece asombroso y a la vez maravilloso haber pasado por todos esos formatos diferentes, y que todos sean yo misma.

La vida pasa muy rápido, y cambiamos tanto que a veces ni siquiera nos damos cuenta. Pero hay cosas que nunca cambian, como esa expresión de la foto. Supongo que todos tenemos una pequeña versión de nosotros mismos que nos recuerda quiénes somos, incluso cuando parece que todo lo demás ha cambiado. Y eso, curiosamente, me pone feliz y me da un poco de paz.

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