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Inocentes y culpables

domingo 29 de diciembre de 2024, 04:00h

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Celebrar el día de los santos inocentes haciendo bromas, puede ser causa de una condena de culpabilidad cuando la broma se convierte en delito. Esta reflexión me obliga a no hablar de inocentes ni culpables. Si lo intento, no me bastarán las 500 palabras del artículo que mi editor me permite compartir con ustedes, estimados lectores. Bromas y verdades han sido siempre de manos distintas. De hecho, utilizar la palabra broma es una forma de eludir la responsabilidad de lo que se dice o se hace. Si después de un acto que podría ser un delito, les digo: es una broma, me he salvado. O sea, que puedo ser inocente o culpable en función de la persona que me juzga. Pero, ¿quién juzga al juez? En los años 80 leí una obra de teatro en la que un personaje decía esta frase: júzgame, Dios mío, por haberte ofendido. Pero júzgate, tú también, por haberme enseñado a ofender. La frase tiene mucha miga, desde todos los puntos de vista: jurídicos, históricos, sociales y personales. De hecho, en el derecho penal se busca siempre al posible inductor del delito. No basta con saber quién ha cometido el ilícito penal, hay que buscar al que lo indujo, al autor intelectual, al que lo impulsó y/o consiguió que el actor principal realizase el acto. En el artículo 31, el Penal fija su atención en la posible culpa de la persona jurídica, es decir, la institución pública o privada que como organización ha participado directamente o indirectamente en la comisión del delito. Así pues, cuando se investiga un delito, hay que encontrar los posibles autores. Y la ley nos advierte que pueden ser más de uno. Por ejemplo: el autor principal; el coautor; el cooperador necesario; el inductor y el cómplice. Lo malo es que, ahora, cuando un juez intenta aclarar un acto ilícito, se encuentra que si el presunto culpable es un político, o su familia, o un gobierno o un juez o un fiscal, todo se vuelve gris, negro o es imposible de esclarecer. Por eso, siempre el que paga las consecuencias sin ser culpable de nada es el pueblo. La gente de la calle, a la que se les miente, engaña, o se les intenta hacer creer lo que el poderoso quiere que creamos. En sensu contrario, el inocente siempre es inocente hasta que no se demuestre lo contrario y así lo determine el juez. Inocente o culpable, son dos atributos de la persona que se enfrenta a un juez. Lo malo, es que la maldad existe. Y muchas personas son malas. Son las que juzgan sin pruebas, sin conocimiento, solo porque les gusta joder al prójimo y así esconder sus defectos. Es inocente el que piensa bien, o es que es tonto. Dice un refrán: piensa mal y acertarás. Otro asegura que no todas las personas son buenas. Suponemos que la justicia humana está para determinar el grado de bondad o de maldad de una persona, o de un grupo organizado, llámese banda de personas públicas o privadas. De derechas y de izquierdas, nacionales o nacionalistas, ricos y pobres, hombres y mujeres que están perdiendo el norte, porque no tuvieron un modelo de educación humanística. Tampoco lo tuvieron los hijos de la Judea del rey Herodes, los santos inocentes, que hoy recordamos. Como tampoco lo tienen hoy los hijos de los israelitas y los palestinos y los ucranianos, y los que mueren en campamentos de refugiados en los cinco continentes o en el mar Mediterráneo, o en cualquiera de las 56 guerras en las que, hoy, morirán niños inocentes. Y no oigo a ningún fiscal acusar ni a ningún juez condenar. Tal vez, somos todos inocentes.

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