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Hasta pronto, pequeño Bambi. Ahora el bosque es tuyo

domingo 15 de diciembre de 2024, 03:00h

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Hace poco se cumplió un año desde el día en el que un gran amigo falleció. Por supuesto, es inevitable no sentir más pena de lo normal cuando es la fecha señalada, por lo que estuve viendo fotos y cosas que tenía de él. También leí algo que le escribí, a modo de carta de despedida, que quiero compartir con vosotros aquí:

“Cuando me enteré, fui caminando, en piloto automático, con los perros hasta la playa. Cuando llegamos, salieron corriendo a perseguirse y revolcarse, como siempre. Se nos quedó pendiente el día ‘de perros’, todos juntos en el sofá.

Caminando por la playa, me encontré una silla azul. Me llamó la atención porque bajo cada día a la playa y no la había visto antes. Tampoco la volví a ver después.

La observé por un segundo y, de repente, te vi a ti sentado en ella, con las piernas entrelazadas, igual que siempre. No sé por qué te gustan tanto las posturas incómodas.

Me acerqué y me senté en la arena, al lado de la silla. Y tú, mientras me enseñabas el nuevo videoclip de Beyoncé, empezaste a hacerme una trenza, como siempre. Después me quedé un buen rato observando el mar, y el sol, y la luz que iluminaba cada ola, igual que siempre.

Sonreía mientras me quitaba las lágrimas de la cara con la manga de mi sudadera. No había cogido pañuelos, como siempre.

Por la tarde, el cielo se puso triste, como todos nosotros. Y todos fuimos a verte. Nos abrazamos fuerte, igual que siempre. Creo que nunca había visto a tanta gente dándose tantos abrazos y tanto cariño. No había nadie más que tú capaz de juntarnos a todos y hacer que olvidáramos incluso los enfados entre nosotros.

Y por la noche, el cielo se puso negro. Tan negro como tus ojos, en los que era imposible distinguir las pupilas. Me acordé de ellos mirándome, como siempre. Y me volví a secar los ojos, pero esta vez con un pañuelo.

A la mañana siguiente, mientras mi cabeza pensaba que seguíamos soñando, me llegó un flash repentino y recordé la última vez que te quedaste en casa a dormir. Te dejé unos bolis de colores y mi cuaderno de dibujo. Recuerdo que me dibujaste algo. Cuando me lo enseñaste, simplemente pensé: ‘Qué palabras tan bonitas’. Me pareció un tipo de poema, pero no vi ningún significado más profundo. En aquel momento, solo me parecieron palabras mezcladas de forma curiosa.

Pero esa mañana encontré el cuaderno y el dibujo. Ahora esas palabras tenían otro significado. Se me puso la piel de gallina, se me cerró el estómago y sentí un calor en el pecho. De repente las entendí, como si me hubieses dejado, por adelantado, una nota para prepararme, para explicarme de alguna forma que la vida es como es y que todo estaba bien.

Entendí que, como siempre, tú lo llevabas todo dentro. Y también entendí que, como siempre, nos dejaste un regalo a todos.

Estaba todo como siempre, pero nada está como siempre. Aun así, todos los recuerdos se quedarán aquí, siempre.

Te quiero, igual que siempre."

Está claro que perder a alguien querido es de las cosas más duras que afrontamos en la vida, pero creo que también se encuentra muchísimo amor en un momento así, y en todos los momentos posteriores que tienen algo que ver.

Yo, por ejemplo, desde aquel día, siento amor cada vez que bajo con los perros a la playa. Cada vez. Inevitablemente. Y aunque me da una punzada en el corazón cuando pienso en mi amigo Alberto, automáticamente después también siento un bonito calor alrededor del corazón. Es cuando sé que nunca se irá de aquí dentro, de mi corazón.

Y aunque te echo mucho de menos, agradezco haber podido vivirte. Gracias, amigo.

Hasta pronto, pequeño Bambi. Ahora el bosque es tuyo.

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