El domador esperaba a las fieras en el centro de la pista. Lo primero que sorprendía es que las bestias no irrumpían con violencia en la arena del circo, sino que iban apareciendo tranquilas, de una en una, como despistadas, oteando las gradas repletas de familias. Los niños pensábamos que quizá cada león estaba eligiendo al rapaz que pensaba devorar si lograba saltar el cerco metálico que los separaba de los espectadores. Entonces restallaba el primer latigazo. Los animales rugían un poco, pero acto seguido se colocaban en linea y comenzaban a obedecer cada instrucción del domador.
Así eran las exhibiciones circenses con animales salvajes que hoy, afortunadamente, tantos ayuntamientos han prohibido. Ya talluditos, nos enteramos que los leones eran sobrealimentados poco antes de salir, y que además les administraban somníferos por si acaso el bicho se enfadaba, asomaba su instinto depredador y le metía un zarpazo, o un bocado, al “valiente” que hacía sonar la fusta en el albero. El montaje resultaba humillante para cualquier persona capaz de apreciar la naturaleza digna y poderosa de esos animales en libertad. O sea que, al enterarnos de cómo funcionaba el montaje, aquel león obediente nos daba pena. Nos merecía un respeto porque, en el fondo, sólo quería sobrevivir. Por eso no atacaba al domador.
Pero ahora imaginemos que uno de esos leones, o leonas, diera una rueda de prensa al acabar la función, y manifestara que, al salir a la pista, se había sentado sobre sus cuartos traseros, no porque el domador se lo hubiera ordenado agitando la tralla, sino porque padece displasia de cadera, y esa es la postura más cómoda para evitar el dolor. Ante la extrañeza de los periodistas, uno de ellos le pregunta por la coordinación de todos sus movimientos con el resto de la manada. Entonces el rey de la selva, o la reina, le responde al plumilla que dentro de la pista ella hace lo que le da la gana, y que no es su problema si el resto de leones y leonas imitan sus movimientos.
El reportero, estupefacto, trata de explicar al león, o a la leona, que sus lectores pueden comprender la sumisión hacia el domador de un gran carnívoro que vive enjaulado, que pasa hambre, y que sólo obtiene alimento a través del humano que le hace saltar en la pista. Pero que, por favor, nos les tome por tontos, porque no puede ser casualidad que todos los leones decidan pasar por el aro al mismo tiempo, precisamente un segundo después de ordenarlo el domador. El león, o la leona, zanja la discusión afirmando tajante que ella no recibe órdenes de nadie. En ese momento la fiera ya no nos da tanta pena. Su docilidad no merece nuestro respeto porque, por denigrante que sea, es más honesto aceptar la realidad que inventar una para justificarse.
Cuando la portavoz de Vox en el Parlament de Baleares dice que su “no” a los Presupuestos de la comunidad es ajeno a las directrices de su partido en Madrid, suena como la leona del circo afirmando que ella en la pista hace lo que le da la gana, se ponga como se ponga el domador Abascal. Es una evasiva completamente innecesaria, porque a mi me parece que ser un cargo electo de Vox es una manera de ganarse la vida, o sea, de obtener alimento, tan digna como cualquier otra. Y si ese partido político funciona a base de latigazos internos, de fustigar al que no obedece a pie juntillas al domador, el ciudadano comprende que Vox abandone todos los gobiernos autonómicos al mismo tiempo, y que, poco después, se tumben todos los presupuestos allí donde son necesarios sus votos. Es coherente. Lo que no nos puede decir una leona en cautividad es que ella va a su bola, que pasa del cacho de carne que le lanza el domador cuando la mete en una lista electoral.
Como en Baleares la excusa de los MENAS resultaba contradictoria -porque la competencia es de los Consells insulares y en el de Mallorca el PP gobierna con Vox- sacaron a pasear una vez más el catalán, con una exigencia al Govern de Marga Prohens que va mucho más allá de la libre elección de lengua. Exigen su eliminación como lengua vehicular en la enseñanza, como podían pedir la construcción de un aeropuerto en Alcudia o canonizar a Ramon Llull sin permiso del Vaticano.
Abascal y Sánchez no sólo coinciden en señalar a Feijóo como su enemigo político número uno. Lo malo es que también comparten la estrategia de dejar en los huesos electorales a sus partidos en las comunidades autónomas -por culpa de decisiones incomprensibles para una mayoría de sus votantes- si con ello engordan sus liderazgos personales. Esto a medio plazo se convierte en un problema, porque llega el batacazo en las urnas y no hay carne para todos los leones, y leonas.