Las ventajas que ofrece la soltería sobre una posible vida en pareja son numerosas, yo diría que casi incuantificables, pero aun sí la mayor parte de mis amigos solteros y de mis amigas solteras me suelen decir, con una cierta añoranza y melancolía, que desearían poder conocer hoy o mañana a alguien con quien iniciar una relación amorosa.
De nada parecen servirles los argumentos económicos, filosóficos e incluso medioambientales que, con la mejor de las intenciones, les expongo cada cierto tiempo en favor de una vida retirada y más o menos célibe.
En ese sentido, suelo insistirles en que, lo mire uno por donde lo mire, todo son beneficios cuando uno ha decidido de manera voluntaria vivir solo o, a lo sumo, con una mascota.
Así, si un día decides ir a comer de menú a un restaurante, es casi seguro que siempre habrá una pequeña mesa cuadrada libre en la que te acabarán ubicando, por muy lleno que pueda estar el local en ese momento. Es cierto que esas mesas suelen estar situadas normalmente junto al cuarto de baño o al lado de los cubos de basura, pero yo creo que se trata de pequeños inconvenientes más o menos soportables y llevaderos.
Otra ventaja de la soltería es que cuando llega el fin de semana, no tienes que hacer planes para dos ni organizar posibles actividades compartidas, lo que te permite poder descansar por completo el sábado y el domingo. De ese modo, puedes ver por ejemplo las películas románticas alemanas de sobremesa de La 1 o las películas de amantes guapos y psicópatas de Antena 3, mientras haces la siesta en tu butaca.
Además, si decides quedarte en casa no tienes que preocuparte tampoco ya por tu aspecto físico o por tu forma de vestir. De ese modo, si lo deseas puedes ir todo el día despeinado, con legañas o sin maquillar, portando sólo un pijama o un jersey roto y unos pantalones raídos, con la tranquilidad que da saber que nadie te hará ningún reproche por ello. Lo mismo podríamos decir si decides salir e ir a dar una vuelta, pues puedes hacerlo sin acicalarte demasiado, aunque posiblemente no resulte ahí del todo aconsejable ir despeinado o en pijama.
No puedo negar, en cualquier caso, que a veces las cosas compartidas se disfrutan más y mejor o que la vida conyugal estable puede reportar momentos de intimidad física o de sensualidad muy recomendables y satisfactorios. Pero incluso en este último punto la armonía o la salud no siempre están hoy cien por cien garantizadas, sobre todo desde que se han puesto de moda los juegos con látigos, arneses, fustas, tachuelas, stilettos, esposas, máscaras o cuerdas, que te pueden llevar directamente a la sala de Urgencias de un hospital.
Como ven, a pesar de ser un encendido defensor de la soltería, considero también, como el maestro Oscar Wilde, que la vida en pareja tiene como mínimo otra cosa positiva y elogiable: «El encanto del matrimonio —o de la vida en pareja— es que provoca el desencanto necesario por las dos partes».