Recientemente, el ayuntamiento de Palma ha adjudicado la explotación de los cinco quioscos de prensa de la ciudad a la empresa Kemfactory, S.L., eliminándose los de La Rambla y de la Plaça Alexandre Jaume e instalándose uno nuevo en la Plaça del Rosselló.
La modificación de las bases del contrato para permitir la venta de bebidas y la instalación de cajeros automáticos en dichos establecimientos constituye la constatación de un progresivo declive de la lectura de periódicos y revistas entre las nuevas generaciones y la sumisión a un nuevo modelo de negocio que, desde luego, tiene muy poco que ver con el interés público. Me cuestiono abiertamente que las administraciones municipales tengan que licitar este tipo de concesiones de espacios en la vía pública para desarrollar una actividad suficientemente cubierta por la iniciativa privada en abierta concurrencia con ésta.
Porque, además, la adjudicataria en cuestión es una pequeña empresa -minúscula, a tenor de su capital social- cuya actividad principal es la de restauración y de todo lo que gira en torno a este negocio, en absoluto relacionada previamente con la prensa o la cultura.
Y si eso ya auguraba sobre qué eje iba a girar este nuevo negocio, la realidad material no ha hecho más que confirmarlo con creces.
Transitar, sin ir más lejos, por la Plaça d’Espanya -epicentro de la vida palmesana- y observar el ‘nuevo’ quiosco produce una mezcla de melancolía y frustración a quienes estamos tocados por la pasión lectora. Se trata de un chiringuito de bebidas con un cajero automático y dos paupérrimos mostradores de prensa, limitados a unas pocas publicaciones de gran tirada.
Aquello de acudir al quiosco para adquirir una revista especializada o para que el quiosquero actuase de intermediario con la distribuidora para conseguir una publicación determinada y asegurártela cada mes es cosa del pasado. Quienes hemos tenido la fortuna de crecer viendo aquellos quioscos rebosantes de publicaciones de todo tipo, como el añorado del Born o el más familiar para mí -en todos los sentidos- de la Plaça Progrés -el antiguo, no el actual- no podemos por menos que concluir que socialmente vamos cuesta abajo y sin frenos hacia la analfabetización funcional.
Palma lidera así el viaje hacia la supresión de sus escasísimos quioscos de prensa y su reconversión en negocios de restauración. Otras capitales, con muchísimos más quioscos en proporción a su población -por ejemplo, Barcelona, con 287- han tenido que modificar también el modelo, pasando la actividad de venta de prensa diaria y revistas en los pliegos, de un mínimo del 80%, al 51% actual.
Pero la Ciudad Condal cuenta con nada menos que con un quiosco de prensa por cada 5.700 habitantes, mientras que en Palma hay solo uno por cada 85.000, es decir, catorce veces menos, lo que produce sonrojo.
El mensaje que se desprende de estos datos es desolador. A la inmensa mayoría de los nuevos palmesanos del siglo XXI les importa un pimiento la cultura o la lectura, prefieren tomarse un refresco a leer la prensa.
Enredado en la basura de las redes sociales estamos tejiendo un futuro cada vez más propicio para la manipulación. Sería bueno que las autoridades se preguntasen si merece la pena desmarcarse de esta tendencia, aunque sea solo por fijar una posición muy clara a favor de la cultura.