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New York... New York

Por Jaume Santacana
miércoles 20 de noviembre de 2024, 04:00h

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En acabando de regresar de mi vigésimo periplo por (prepárense, que les lanzo un par de tópicos para que se queden tranquilos) “la Gran Manzana” o “la ciudad de los rascacielos”, oséase, Nueva York, me veo en la obligación de ilustrarles sobre algunas de mis humildes observaciones de entre las mil curiosidades que ofrece la capital del mundo capitalista, la meca del “todo más grande que...”.

En esta ocasión, durante mi estancia en la metrópolis americana, me han caído setenta y cuatro tacos sobre mis espaldas. Son ya muchos años, demasiados sin duda, y mi cuerpo (y sobre todo mi cerebelo) ya empiezan a causar ciertos efectos físicos y psíquicos respectivamente (por no llamarlos estragos) que filtran mis actitudes de manera más crítica, más quejumbrosa y con una dosis de recelo abundante.

Esta ciudad, auténtico melting pot planetario, es un follón de mucho cuidado; se mire por donde se mire: la antítesis de lo que conocemos como calma, remanso de paz, sosiego, placidez, apacibilidad, calma chicha y mil adjetivos calificativos más que, por no alargarme en este escrito no cito... ni hago el esfuerzo mental de buscarlos porque, la verdad, me da pereza y además no me apetece en absoluto.

Las calles y avenidas (todo convenientemente numerado (y así evitan compromisos sobre personajes históricos de uno u otro bando) vienen a ser un verdadero pitote de considerable tamaño y consideración: un hervidero de multitudes extrafolariarias, de todas las razas y colores, con aspectos físicos rabiosamente desiguales y peculiares; un magma de nacionalidades, razas y géneros lamativos, de lo más variopinto. Un canto a la desigualdad, a la diferencia y, evidentemente, al caos más caótico, si me permiten la perogrullada. Un himno, también, al individualismo y al egoismo enmarcados en la mezcla de gentío que asola las aceras y las calzadas respectivas (millones de gentío, si se puede medir con esta vara): cada uno va a lo suyo, imprimiendo la prisa como método e ignorando por completo las singularidades y las idiosincrasia de las que se compone, inevitablemente, una masa de humanos. No pasean, no se ensimisman ante escaparates cargados de luz y de color (como la canción “Tómbola” de Marisol), no se saludan ni los buenos días ni las buenas noches, no se miran ni se entrecruzan miradas ni gestos: no existen los demás; sólo les late el corazón de cada uno de los individuos gregarios, adocenados y aborregados. Dios no existe, como dijo el filósofo Michael Neumann.

Aun con este panorama dantesco de baile de almas vivientes, la muchedumbre, la turba, la chusma (¿por qué no?) que invade el espacio público, muestra su cara más oscura en forma de personajes del mundo del enorme Valle-Inclán: obesos extremos, cojos, discapacitados de todos los modelos, enfermos, drogados, borrachos, miserables, sujetos de armas tomar, indigentes que conllevan la penuria sobre sus maltrechos hombros, mujeres y hombres deformes y aberrantes y contrahechos y un, desgraciadamente, largo etcétera.

Como banda sonora de este espectáculo horripilante, surge una música acorde con las imágenes descritas: un ruido estruendoso y bochornoso, mezcla exacta de motores de coches, autobuses y camiones con bocinas sonando a todo trapo (y más)... y las inevitables y contínuas sirenas de policías, ambulancias y bomberos. Con toda esta música de fondo, el llanto de los débiles y el crujir de dientes de algunos ejecutivos bancarios, se vuelve mudo, afónico y taciturno.

A veces, en contadas o no tan contadas ocasiones, entre tanto infierno espeluznante y pavoroso, se puede escuchar alguna voz quebrada de algún sollozo que viene del más allá y que se transmite en medio del gentío como si se tratara de una holografía.¿Se trata de un momento transitorio de la civilización moderna y actual (promocionada y esponsorizada por el capitalismo más salvaje)... o bien es un puro desastre (así de claro y contundente); se trata de la cúspide de un mundo sin comunicación ni valores eternos; el zénit del acabóse y la caída del telón definitivo; el simple FIN de una película en blanco y negro y, a la vez, iluminada por millones de leds que brillan en las fachadas de Times Square...?

Sin embargo, en algunos restaurantes (siempre con luz desvaída) todavía se puede comer una buena chuleta de carne de buey que clama al cielo. En este caso, en sentido positivo, ¡sí!

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