Las cifras de muertos civiles en Gaza, la mayoría niños y mujeres, continúan creciendo día a día, en un recuento macabro e insoportable, para eterna vergüenza de la denominada “comunidad internacional” que asiste al siniestro espectáculo en tiempo real y sin reaccionar ni mostrar la más mínima intención de hacerlo, más allá de estériles llamamientos a un alto el fuego y negociaciones entre las partes, que se sabe perfectamente que tanto el gobierno israelí como Hamás no tienen voluntad real de llevar a cabo.
El estado israelí tiene derecho a defenderse, por supuesto, pero no lo tiene de hacerlo de una manera tan absolutamente desproporcionada que cause decenas de miles de personas civiles inocentes, la mayoría niños. A no ser que desde el gobierno israelí se considere que no son inocentes, esto es, que los palestinos son culpables de agresión a Israel por el solo hecho de serlo.
En estos últimos meses se viene produciendo un debate terminológico sobre si la actuación del ejército hebreo en la franja, y la decisión política que subyace detrás de ella, es un genocidio, una limpieza étnica, o una guerra convencional con víctimas civiles colaterales. Se alega que para calificar de genocidio o limpieza étnica una campaña bélica ha de haber la voluntad deliberada de los perpetradores de proceder en ese sentido y que, en este caso, se desconoce si esa es la intención del gobierno israelí. En cualquier caso, de lo que no hay duda es de que se trata de una matanza de dimensiones bíblicas y si no es un genocidio o una limpieza étnica se parece mucho.
La composición del gobierno israelí actual y los antecedentes y declaraciones de algunos de sus miembros más conspicuos nos dan pistas orientativas. El gobierno presidido por Netanyahu, un auténtico halcón dentro del partido conservador Likud, en coalición con una serie de pequeños partidos ultraortodoxos y de colonos radicales supremacistas sionistas, apenas oculta, en boca de alguno de sus ministros más radicales, su deseo último, convertido en voluntad muy poco disimulada, de apropiarse de la totalidad de Palestina, incluyendo Gaza y Cisjordania y deshacerse de la población musulmana, por la que muestran un manifiesto desprecio, cuando no un odio patente y rabioso.
El hostigamiento, ocupación, confiscación de tierras, discriminación y asesinatos de la población palestina de Cisjordania por parte de colonos supremacistas se han incrementado de manera exponencial desde el inicio de la operación de Gaza, con la anuencia del ejército, cuando no con su intervención directa. Tampoco parece que la supuestamente liberal, democrática y laica población urbana israelí se muestre indignada por la política de su gobierno, salvo una exigua minoría y las manifestaciones multitudinarias de Tel Aviv y otras ciudades son por la liberación de los rehenes, no por la matanza de palestinos.
La destitución del ministro de defensa, Yoav Gallant, que no es precisamente un “blando” y que hacía tiempo que venía repitiendo: “no queda nada que hacer en Gaza”, es un ejemplo más de que la voluntad de Netanyahu y sus aliados supremacistas va más allá de la desarticulación de Hamás. Si la continuación de la operación militar en Gaza es un obstáculo insalvable para conseguir la liberación de los rehenes y el que hasta ahora era el máximo responsable militar opina que ya no queda nada que hacer (militarmente), parece claro que el objetivo del primer ministro, no explicitado por él pero sí por el entorno de los sionistas supremacistas, es desalojar a los palestinos de, al menos y de momento, la mitad norte de la franja, para establecer nuevas colonias judías y confinar a los más de dos millones de palestinos gazatíes en la mitad sur, a la espera de decidir la solución final para ellos, y para los palestinos cisjordanos. Si no es una limpieza étnica no sé como denominarlo.
Existen inquietantes similitudes históricas entre la actuación del gobierno israelí actual y las situaciones vividas por la población judía en países del este y centro de Europa en los siglos XIX y XX. La población palestina tanto en Israel como, sobre todo, en los territorios ocupados está sometida a un régimen de apartheid, discriminación, hostigamiento, persecución y castigos militares y en Gaza está directamente bajo la amenaza permanente de bombardeo y aniquilación.
Israel está perdiendo a pasos agigantados la legitimidad histórica que el pueblo judío había acumulado en siglos de discriminación, persecución y exterminio.