Es muy común oír en las conversaciones entre los humanos, hablar de sus bondades, describiéndose a ellos mismos como “buenas personas”.
No obstante, uno de nuestros pecados capitales del cual más hacemos uso, es el hablar mal de los demás, lo que vulgarmente llamamos cotillear.
Cuando hacemos uso de esta costumbre, criticando a nuestros compañeros de trabajo, jefes, colegas, familiares y amigos, solemos añadir la frase de, “a mí no me importa lo que haga” o tal vez, “yo lo digo por su bien”, alegando no tenerle envidia, o los más bondadosos, “me da pena”.
Lo que se esconde detrás de eso, no es más que un burdo cotilleo que lo único que hace es herir a la otra persona, aunque ella no esté presente.
Curiosamente las mujeres somos muy dadas a hablar mal de los demás, añadiendo pequeños consejos de lo que pensamos que debería hacer esa persona, aunque muchos hombres también son cotillas, es cierto que las mujeres solemos hacerlo más a menudo.
Pero ¿qué se esconde detrás de ese cotilleo? En la mayoría de los casos se esconde la envidia, el querer tener lo que el otro posee, o ser como la otra persona, solo que nuestro ego no nos permite poder actuar como lo hace ella.
La envidia sí que es uno de los grandes pecados capitales de los que la mayoría no podemos evitar.
Envidiamos lo que tienen los demás, la inteligencia de otros, la belleza, su saber estar, sus relaciones personales, su forma de expresarse o su forma de vivir y de ser, no obstante, esa envidia la tapamos con nuestros cotilleos y nuestra forma de hablar más de los demás, pensando que eso le hará mal a esa persona, cuando solo nos hace mal a nosotros.
La envidia es un veneno que tú te lo tomas y piensas que matará al otro, pero que finalmente solo te destruirá a ti.
Y aunque muchos dicen no ser cotillas ni envidiosos, no pueden evitar hablar de los políticos, líderes, empresarios, jefes, vecinos…, añadiendo soluciones que ellos darían al sinfín de males que acechan a esta tierra.
Todos tenemos la varita mágica para cambiar y mejorar lo que hacen los demás, pero parece no ser tan sencillo, cuando somos nosotros los que tenemos que poner solución a los problemas del día a día.
Esta característica de los humanos nos hace ser hipócritas e internamente sentirnos seres ruines, pero ¿Quién es el guapo que es capaz de admitir algo así?
Si tuviéramos la sensatez de admitir nuestros errores y pusiéramos en práctica el “no criticar”, tal vez cambiarían totalmente nuestras vidas.
Este pecado capital, al igual que otros muchos, simplemente lo que hacen es que perdamos toda nuestra energía hablando mal de los demás y haciendo el mal al prójimo.
Si nos centráramos en nosotros mismos, en lugar de hacer el mal, la vida nos sería mucho más sencilla.
Pero somos incapaces de actuar desde el Amor al prójimo y desde la ayuda incondicional a los demás, lo que hace que nos desgastemos energéticamente y al llegar el final del día nos sintamos agotados.
Me encantaría que todos pudiéramos cambiar este tipo de actitudes por otras mucho más constructivas, que nos hagan sentirnos mejor como personas y nos ayuden como raza a evolucionar no todo lo contrario.
Si queremos poner nuestro granito de arena para construir un mundo mejor, debemos empezar por tener una actitud más constructiva en la vida y menos destructiva.
Comencemos por los que tenemos cerca, nuestra familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo y después intentemos ponernos por una vez, en la piel de nuestros líderes y dirigentes y dejemos de decir cosas como “yo nunca haría algo así”, ya que cómo dice el dicho: Tal vez ese cura acabe siendo tu padre.
Te invito a empezar por ti mismo, yo ya me he puesto manos a la obra.
¿Te animas a dar lo mejor de ti para cambiar el mundo?