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Las diez emociones de Rafa Nadal

Por José Manuel Barquero
domingo 13 de octubre de 2024, 04:00h

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Hoy se cumple un año de la muerte de Louise Glück, la poeta estadounidense que recibió el Nobel de Literatura en 2020. Glück dedicó una parte importante de sus ochenta años de vida a escribir con belleza sobre el dolor. Describía sobre todo el padecimiento que nace de la pérdida, del trauma y del desamor, pero también en sus últimos penúltimos versos se refirió al dolor físico causado por el cáncer que acabó con ella. Toda su obra revela una extraordinaria valentía en la manera de afrontar el sufrimiento, una actitud que no tiene que ver con la resignación sino con la resistencia (ahora le llaman resiliencia) y la capacidad para adaptarse a la adversidad.

Leí un par de poemarios de Glück en 2022. Por eso a principios de 2023 me pareció una coincidencia curiosa que Geoff Dyer comenzara Los últimos días de Roger Federer, un libro dedicado al final de la carrera de grandes artistas y deportistas, con un verso de la neoyorquina: “Si es tan difícil empezar, imagina lo que será acabar”. Diez palabras justas que recordé el jueves mientras contemplaba los ojos vidriosos de Rafael Nadal anunciando su retirada del tenis profesional. Dejar el trabajo es un problema cuando te gusta lo que haces, y tienes ganas de seguir haciéndolo.

Lo que relaciona el deporte con el arte no es tanto la portentosa exhibición de belleza cinética, esa plasticidad de movimientos que combinan fuerza, técnica y velocidad en dosis asombrosas. No es sólo eso. La primera razón por la que el deporte en ocasiones se aproxima al arte es su capacidad para emocionar, o sea, para acercarnos a la felicidad.

Con la edad vamos aprendiendo que cuando hablamos de felicidad en realidad hablamos de momentos de felicidad. En España, varias generaciones echamos hoy la vista atrás y podemos elegir entre el gol culé de Koeman en Wembley o el madridista de Zidane en Cardiff. Pero el derechazo que alegró a un país entero fue el de Iniesta en Johannesburgo. Con Nadal sucedió lo mismo, muchas veces, y por eso tantos recordamos dónde vimos aquella final épica contra Federer en Wimbledon 2008, la del US Open contra Djokovic en 2013, o la remontada imposible en Melbourne contra Medvedev en 2022.

La psicología al alcance de Google enumera las diez emociones positivas que más influyen en la felicidad: alegría, gratitud, serenidad, interés, esperanza, inspiración, amor, orgullo, diversión y admiración. Otras diez palabras que explican por qué queremos a Nadal.

Queremos a Rafa por la alegría que nos provocaron sus triunfos.

Por lo agradecidos que estamos por su trayectoria y su entrega.

Por la serenidad que demostró en los malos momentos, que fueron bastantes por culpa de un físico castigado.

Por el interés que nos despertó su evolución hacia la madurez, tenística y personal.

Por la esperanza en su recuperación cada vez que se lesionó.

Por lo inspirador de su ejemplo para todos, sobre todo para los más jóvenes.

Por el amor que trasmitió hacia su familia, su equipo y la tierra que le vio nacer.

Por el orgullo de pertenecer al mismo país que él.

Por todo lo que nos divertimos viéndole jugar.

Queremos a Rafa por la admiración que despertó en todo el mundo su forma de ganar, y también de perder.

Nadal nos acostumbró a aquella rutina victoriosa de los domingos de junio en París, con aquel sol de tarde calentando el salón de casa y la Nespresso preparando los cafés mientras sonaban sus primeros pelotazos en la Philippe Chatrier. Catorce primaveras así, que se dice pronto. Nos contaron lo de Pelé, Eddy Mercks o Muhammad Ali, pero los mayores de treinta años hemos asistido de principio a fin a la asombrosa carrera del mejor deportista español de todos los tiempos. Yo no sé qué puede haber más importante en la vida que hacer felices los demás, aunque sea a ratos. Y Nadal nos hizo felices.

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