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El mayor tiovivo emocional

jueves 10 de octubre de 2024, 08:40h

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Qué mejor que sea un paciente aquejado por el tsunami emocional que es el trastorno bipolar para describir el totum revolutum de las emociones que cual montañas y valles atrapan sus vidas. Ahi va.

” El Trastorno bipolar es un viaje interminable a través de paisajes cambiantes y abismos imprevisibles. Cada día es un trayecto por caminos inciertos, donde el terreno bajo tus pies parece tan volátil como el cielo que oscila entre tormentas y claros repentinos. Avanzas a ciegas, sin saber si el siguiente paso te llevará a una calma momentánea o te sumergirá en una caída libre hacia la desesperación. La dualidad entre la luz y la oscuridad no solo se refleja en el mundo exterior, sino también en tu propio ser, donde las emociones se arremolinan, fluctuando como ráfagas de viento que golpean con violencia o susurran con engañosa suavidad.

Cuando estás mal, esa caída se siente como una piedra en el pecho, pesada y abrasadora, desgarrándote desde adentro hacia afuera. El malestar, esa opresión en el alma, se amplifica; es un dolor que cala hasta los huesos, como un frío que nunca puedes sacudir. Los días se alargan, interminables, y cada tarea cotidiana se convierte en una hazaña titánica. Las palabras, los gestos de los demás, cualquier detalle insignificante puede desencadenar un torrente de angustia, como si tu sensibilidad estuviera afinada para captar cada sombra de malestar en el aire.

Pero cuando llega la euforia, cuando esa luz cegadora aparece tras días de oscuridad, lejos de traer alivio, te asusta. Te encuentras atrapado entre la emoción desbordante y el miedo paralizante de que esa alegría intensa sea solo el preludio de otro colapso. La energía que te invade, esa sensación casi sobrenatural de poder y capacidad, pronto se convierte en un enemigo. Cuestionas si realmente estás bien o si estás al borde de otro precipicio, una montaña rusa emocional que sube y sube sin que puedas controlar cuándo y cómo llegará la inevitable caída.

El dolor, la frustración y la incomodidad se vuelven constantes compañeros de viaje. Aprendes a soportarlos, pero nunca te acostumbras a ellos. Es como llevar una segunda piel, áspera y apretada, que no puedes quitarte, incluso cuando el malestar parece ceder momentáneamente. Aunque el mundo exterior sigue su curso, tú te encuentras atrapado en una burbuja de incomodidad, de la que es difícil escapar sin dejar una parte de ti mismo atrás.

Vivir con bipolaridad es como caminar por una cuerda floja, siempre tambaleándote, pero a una altura mayor que los demás, y bajo la presión constante de un viento que no deja de azotar con fuerza. La sociedad exige equilibrio, pero en tu caso, el equilibrio es un lujo casi inalcanzable. Cada día es una batalla contra esos vientos que parecen dispuestos a derribarte en cualquier momento, y aunque los demás avanzan con pasos seguros, tú sientes que cualquier movimiento en falso puede ser el último.

Los hábitos saludables se vuelven metas lejanas, difíciles de alcanzar cuando todo tu ser parece atrapado en una lucha interna entre la energía excesiva y la fatiga abrumadora.

La falta de autonomía te oprime. El simple hecho de mantener un trabajo, de seguir el ritmo frenético del mundo laboral, se siente imposible. Cada tarea, cada responsabilidad, genera un estrés insoportable que, junto al cansancio y la somnolencia provocados por los medicamentos, te arrastra hacia la apatía. No es que no quieras trabajar, es que el desgaste mental y físico es tan grande que tu cuerpo y mente te niegan ese esfuerzo. A muchos les lleva a la dolorosa aceptación de que no podrán jamás integrarse completamente en el mundo laboral.

El estigma social se convierte en un enemigo silencioso que acecha en cada esquina. Te sientes observado, juzgado, y lentamente esa percepción externa comienza a filtrarse en tu interior. La baja autoestima crece como una sombra, envolviendote. Te ves a ti mismo como alguien defectuoso, indigno de ser tratado con amabilidad y respeto. Hay días en que te sientes como una clase de ser humano inferior, como si tu existencia estuviera marcada por una mancha que nunca podrás borrar. Y con ese peso a cuestas, el aislamiento parece ser la única opción viable; te encierras en ti mismo, no por elección, sino por supervivencia.

ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma.

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